Joe
La Náusea - Sartre
Deambulando sobre el gastado tiempo que se repite, iba cierto espectro, frío y gris, tibio e invisible, la costa y el océano lo veían en su procesión.
Había esperado todo este tiempo, con paciencia mortecina, la señal del faro, la luz que besara su rostro y le devolviera de nuevo el septentrión. Debieron pasar todavía cuatro manifestaciones palpables antes que la blanca luz se posara sobre él, traspasándolo y llenando la oquedad de su ánima.
El exordio que abrió la secuencia de eventos que estaban a punto de acontecer no pudo ser menos que confuso, La luz del faro no llegó plena ni en el momento esperado, el espectro debió vagar a tientas en la penumbra lunar, adivinando la ubicación exacta del sitio inicial, la cual se desveló hasta pasado el pánico del desprecio; entonces, fue allí -en un paraje tan circunstancial como el encuentro- donde la cadencia de miradas y gestos convergieron en un aceleración del sístole y diástole; La luz era ella, la materialización de una pléyade, una visión sobria de celestial luminiscencia; se acercaban al inicio con calidez circunspecta, con solemnidad inmaculada; a ese mismo ritmo se desbordaba el flujo apacible del contacto dérmico, efluvios de dióxido de carbono llenaban el pequeño espacio movible y el lino de silencio era desgarrado por la profana súplica granate. Fue solo el ensayo.
El 11 illuminati consagró el amanecer de esta era de la sonrisa no ficticia, de esta época de las incertidumbres azules, negras y moradas; donde tres y seis fueron las coordenadas designadas desde antes del azar para reconciliar aspectos no conocidos de ambos seres: luz y espectro traspasándose en un idílico crepúsculo que bañó sus convicciones con perfume de moca y destiló hacia la médula la esencia de la incertidumbre. El aura requería silencio, más el espectro arrastraba sus cadenas de razón, ensordeciendo el momento por un instante, la luz terminó llenando la recámara con oscuridad tímida, con mantras nocturnos y caricias carmesí. El frenesí aniquilador de cronos se desplegó hasta el segundo canto del alba y los futuros impensables se esculpían en roca sedimentaria.
Arreboles reflejados en los cristales del edificio de peticiones, dan generosamente su luz de arcilla a estos ojos de fantasma que no lo necesitan porque no han alejado el iris del incandescente filamento dentro de tu pecho. -Sereno y quieto- un murmullo apenas se escapa de sus laringe, como suplicando no escucharse para que la luz se lamentase en un posterior estudio retrospectivo, como deseando apenas escucharse para que la luz adivinase el juicio y lo abrazase como suyo porque lo reconoció, porque lo cobijó y le brindó auspicio por siempre.