domingo, 11 de junio de 2017

Los idus de junio

En este desierto, nadie, ni él ni su huésped, eran nada. Y sin embargo, fuera de este desierto, ni uno ni otro, Daru lo sabía muy bien, hubiera podido vivir verdaderamente.
-Albert Camus-



La clepsidra permitió el monótono descenso de dos docenas de gotas, precipitándose una tras otra hasta completar ínfimos segundos, a los cuales los acompañaron explicaciones esputadas con amarescente culpa. Solamente requirió unos cuantos parpadeos de ojos, a una accidentada epopeya en tránsito, su desplome, cuyo preludio y epílogo fue sermoneado por frígidas gotas invernales golpeteando el bruno acero y ahogando justificaciones. ¿Qué fue todo aquello sino un ardid, una excusa, una promesa desleída en agua de pozo árido, a una refulgente y altanera figura de reverencias?

Entre las falanges huesudas veía cómo le escurrían los granos de tiempo, a través del negro cabello se disipaba el humo de antieres y atravesaban su cuerpo entero esos corpúsculos de tentativas para siempre frustradas. Nada detuvo su plétora aun ardiente, el tinglado lo convertía en castillo de granito, la mentira la farfullaba con desgano y desdoblado. ¿Qué es eso sino lo que claramente ha hecho? ¿Quién fue sino él, el que enajenó aquello que nunca fue suyo? ¿Quién es ella sino la misma que transige de nuevo, aunque nunca lo supo?

Mancillado el santo frenesí del resabio, ahora su fanerón esconde esos hologramas de nunca jamás, esos que se autovedó, aquellos que no alcanzaron a gestarse. El satí inicia con reverente repudio, doliente y resignado; mientras que el ultraje le besa son sus labios de doncella esa frente que lleva tatuadas fases inestables, llenas de agoreros reiterados.

La cerril y sedosa voz de la ligereza vuelve a incrustarse hasta sus nervios, y a mezclarse con su circulación, hasta imitar la cadencia de sus palpitaciones. El ambiente de medio año implora la niebla, que no tarda en aparecer por doquier, llenando su mundo en ralentí. No son estos escarceos pero ojalá fuese el preludio a los idus de junio.

domingo, 15 de enero de 2017

Del mochuelo horro

"...la mayor dicha está en el anhelo, y el verdadero anhelo sólo puede aspirar hacia algo inasequible."
-Goethe-

Lis


Un fracaso fue su tentativa Mauvaise foi, pensó, al retraerse a cada momento en que se sintió más o menos seguro de poder mantener al ave a su costado, haya sido este el diestro o el siniestro, aunque con el tiempo se corrigió y confirmó que ella siempre estuvo alrededor y dentro suyo, impregnando cada punto en donde él detenía su raciocinio, llegando hasta su tuétano y reformando sus modales, costumbres y hasta su misma pirámide moral, fue él la presa y nunca el trampero, fue ella la encantadora.

Siguió con su examen introspectivo: —Y es que algunas nacen con esa capacidad sobrenatural de doblegar y moldear, con el sólo pensamiento o al menos con un grácil movimiento de sus alas, el aparato volitivo de terceros, acariciando con precisión quirúrgica el sitio que debilita todo ese andamiaje base de la toma de decisiones y acciones. Y son, para mi afligida confirmación, entes libres en todo sentido, cuya libertad jamás inmolarán en jaulas de dimensiones distintas a las que ellas ya parametrizaron que podrían soportar. Penoso intento fue el mío, que arrancó con grilletes pasados y deficiencias inexcusables—.

Ninguna recriminación puede hacérsele al dulce placer otorgado libre y sin escatimar, y pese a que su abandono produce graves dolores psicogénicos, existirá siempre ese leve y fugaz escozor post mortem, producido por la interrogante de si mejor hubiese sido jamás haberlo experimentado, pues su ausencia pareciera peor que la pretérita urgencia de su realización.


Derrelicto, constante insensato, fracaso de “ser lo que no soy y de no-ser lo que soy”, contando las marcas holladas que jamás podrán ser desandadas, y mucho menos vueltas a andar, me encuentro observando cómo ella, con su vuelo ligero y despreocupado, decide con gracia celestial la dirección de esta limerencia, de este anhelo, de este breve pestañeo. “Sólo voy de paso”, canta desde su rama. “Bajaré cuando lo desee”, sigue su coro. “No somos el uno para el otro”, repite en eco su estribillo; entonces racionalizo murmurando: Ubi verba non sunt ambigua non est locus interpretationis, derramo una pinta de tristeza y me retiro con andar derecho, el pectoral hinchado, tratando de mantener la frente y los hombros erguidos, como ella aconsejase, esperando algún evento in extremis, algún suceso expiatorio de último momento, mientras en el lejano poniente el tiempo hace rechinar sus engranajes de vetusto fierro, y hace que las arenas inexpugnables caigan una a una sobre mi coronilla, acumulándose alrededor de mi pesado andar en círculos, mientras el bello mochuelo observa, agazapado en el verde follaje de algún árbol del que cuelgan frutas de la estación, con esos ojos escrutadores y esa libertad que le es sólo suya.