miércoles, 5 de marzo de 2014

El hastío que transmutó en narcosis.



"Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa surgió ese fantasma, y, ¡en verdad!, ¡no vino a mí desde el más allá!"



-Nietzsche, Así habló Zaratustra-



—Entonces, ¿Cuándo vas a venir? —fue la pregunta en tono de patética suplica que formuló él, mientras que, dentro de su infeliz corteza de débil barro, esperaba con silente llama cobriza la respuesta correcta de su interlocutora.

En ese momento ella titubeó. En un instante -de esos que se develan hasta pasada la efervescencia- hizo el conocido proceso de toma de decisiones que cada quien tiene que hacer docenas de veces en el día; desde el importantísimo acto de escoger abrir los parpados(o no) a determinada hora de la mañana, en lugar de permanecer inmóvil y plácido en el lecho de su descanso; hasta el insignificante e irrelevante acto de elegir "esta" dramatización moral y desechar "aquella otra", o incluso prescindir de cualquiera. 

Esta decisión que estaba siendo empujada a tomar era tan trivial para ella, como de vital existencia para él.

—umm... —fue la onomatopeya que se escuchó -tal zumbido de antófilo- al otro lado de la bocina del teléfono que él sostenía con su mano izquierda.

—Ya no voy a ir nunca más. —Dijo ella al final, con resolución cuestionable.

Él emitió un suave gemido de admiración que no delataba aún su entera decepción. 

Al fin y al cabo, no era un completo misterio el por qué ella había elegido ese camino invisible que llevó, de la información recibida, a la información transmitida; él nunca fue propietario de ninguna decisión ajena a él, por lo cual, en el fondo, no le molestó más de lo que racionalmente se espera que moleste.

—¿por qué? —replicó él con aire de leve reproche.

Ella tenía pensado un breve discurso ambiguo que tal vez amortizara la subyacente verdad que todavía no terminaba de decidir si se guardaría para sí o no; estaba a punto de iniciar, le faltaba un poco de oxígeno en su valentía, palabras en sus pulmones y voluntad en su navaja.

—No quisiera hablar de eso —Respondió después de su sucinta deliberación. Ella misma acababa de ser víctima de esas acciones inconscientes que manan de algún lugar intangible de la inexorable mala conciencia. Por otro lado, ella no comprendía porque no había hablado; por qué no había siquiera desenvainado la cortante introducción del preciso sable que cercena deseos; ¿qué la detuvo?, ¿acaso estaba perdiendo el control de ella misma? se maldijo por ganar tiempo, tiempo que ya no necesitaba pues el que se precisaba en su momento hacía mucho se había perdido, rematado en las subastas de artículos de segunda del almacén del olvido.

Por su parte, él sabía demasiado bien que cuando se despoja a una conversación solemne de su revestimiento de ambición exaltada y fantasía psicótica, se está seccionando -de forma abrupta- el destino que se esbozaba en el lienzo del mañana anhelado. Es así como, en una fugaz visión pintoresca, se le desplegó una escena descolorida en su mente, en la cual, se desgarraba con tal violencia, del barato cáñamo, un considerable jirón en el cual se había dibujado -con delicada precisión- una brillante luciérnaga de julio; la violencia aplicada a dicho acto fue tal que quebró el bastidor; astillas se incrustan en el lienzo inacabado y el cuadro queda desfigurado: lo que una vez fue un esbozo claro y vistoso de la felicidad artificial, ahora es solo un marco inválido con una superficie raída y antiestética.

Él está a punto de trasladarse de la fingida indiferencia a la conocida perplejidad incómoda que tanto desprecia. —¿estás segura?—. —Preguntó, como no dando validez a lo que escuchaba y a su vez, ganando tres segundos para pensar cómo justificar el equívoco de esa decisión que deseaba atacar.

—Sí —Fue la respuesta seca.

Él esperaba una réplica digamos... más esmerada. Al no obtenerla, buscaba en la afirmación monosílaba algún vestigio de alguna bien elaborada reticencia. Pero el "sí" no arrojaba más luz de la que quemaba su rostro con arrogante determinación. Estaba mudo, temblaba, se desmoronaba su castillo de sílice. Su boca no atrevía abrirse para gesticular algún sonido audible. 

El malestar del hastío se asomaba por primera vez, detrás de una diminuta cortada que claramente había sido infligida por el filo de la afirmación escuchada. Sin embargo, él todavía no lo notaba en plenitud, pensaba que era un espasmo muscular cerca del ventrículo izquierdo, así que lo ignoró por el momento. Él, como cualquier otro artilugio de tendones y emociones, es un veleidoso espécimen que recién en este instante, ha comenzado otro sutil ciclo contra su voluntad.

—Pero… —fue la palabra que se deslizó de sus labios, expulsada con ácido aire de los pulmones-

Ella sabía que venía una innecesaria apología que la aburría aún antes de que se iniciara. 

—está bien así —ella cortó la idea que apenas se fraguaba en el calizo sentido común de él. 

—no te preocupés, no pasa nada —ella volvió a mentir sin entender de nuevo por qué lo hacía.

Y él creyó, él le creyó y bebió de su ayahuasca de nuevo.