sábado, 11 de julio de 2015

Profilaxis I

-Sobre el valor. Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes,
pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa.
-Parece ser que es capaz de todo.
-No, es incapaz de sufrir o de ser feliz largo tiempo. Por lo tanto no es capaz de nada que valga la pena.
- Camus, La Peste -



Y bien, una vez traspasado el punto de adquisición de consciencia, una vez se ha caído en cuenta de que se es participante activo de este melodrama azaroso y repetitivo…(rectius) una vez que se ha escuchado y percibido, con seguridad hialina, cómo el dióxido de carbono expulsado desde la hemoglobina, se hace camino fuera de las fosas nasales, dejando a su leve paso un casi imperceptible hormiguillo; solo después de esa perogrullada es que se trasciende a otro estado, no a uno de gloria astral, sino a uno perteneciente a este plano terreno, a uno un poco más olvidado que aquel plácido final al que todos avanzamos a trompicones.
¿Es este estado menos miserable que la caída en cuenta de la esclavitud de las circunstancias, que señorean nuestra magra mediocridad, en todo lo que quisiéramos obtener?
Respuesta: Depende de qué objetos se quisieran obtener y en qué orden prioritario, en todo caso, este dichoso estado no conlleva una solución integral de nuestras necesidades, ni siquiera lo desea así, es solo una medida profiláctica, una inmunización contra mañanas atascadas en el atrio de sueños felices y sin fin.
Volviendo al estado, hablo de uno que ofrece una especie de seguridad ladina; uno que otorga una considerable porción espacial de autodeterminación, de la cual podríamos concesionar alguna pulgada cúbica de autonomía a condición de ofrendas, pero no de cualquier bagatela que terminaría guardando polvo en un rincón, sino de reales fragmentos de voluntad ajena, las cuales —avasalladas por la preeminencia de este ánimus que ha logrado una ventaja absoluta sobre ellas que, endebles, han intentado justificar todo con nada— se espera que, una vez usadas para cualquier conveniente fin, se devuelvan a la individualidad dadora, pero mutadas ya en un salto de calidad, a una de comparable sustancia a aquella que la sobrepujó y por la cual se permutó, para así hacer trascender a su origen y, a su lado, forjar talvez una común Wille zur Macht.
Sin embargo el camino se recorre sólo y el equipaje extra me retrasa mi de por sí lento andar, la compañía mal-pensante es también un lastre que disminuye el ritmo de mis latidos; si al menos fuera un perro, el cual camina mi camino sin réplicas, al cual se le alegra con mi sola presencia y del cual solo requiero su sobrante obediencia y leal compañía, podría considerarlo un adorno necesario, sin embargo los lastres mal-pensantes tienen su complejidad y voluntad propia y por si eso no fuera suficiente, están sus terribles consecuencias imprevisibles, por lo cual olvido esa opción de momento, mas quedan en mi subconsciente la angustia de la espera y el regreso: “Porque el tiempo de la vida es incierto, y pese a que eso es otra perogrullada, continuamos haciendo estas pausas periódicas sobre puntos ya recorridos, volvemos con demasiada frecuencia al mismo lugar de partida, caminamos en círculos como si fuera un buen hábito, y cuando cansados nos tiemblan las extremidades inferiores, entonces buscamos un bastón de puño terso, caña de cristal y contera de mentiras, lo asimos con férrea confianza porque la mano que lo sujeta transmite la sensación de seguridad, pero lo cierto es que la voluntad se ha encorvado, así como nuestra columna, caminamos inclinados hacia adelante, casi postrados ante nuestra divina incapacidad, y después de andar así por un tiempo, nos damos cuenta que la distancia avanzada con ayuda de tal vara es insignificante y peor aún, al examinar las huellas dejadas por nuestros pesados pies, confirmamos con acíbar que ha sido un trayecto errático; con ira nos desplomamos al suelo, con la cabeza gacha, sollozando y reconocemos nuevamente que el deleznable tiempo nos ha vuelto a dejar a la vera del camino, para cuando al fin logramos levantar la mirada, apenas atisbamos una estela de polvo que se impregna en nuestra cara, la cual, perpleja por la sorpresa y curtida por la intemperie implacable, no da crédito al nuevo desacierto que se acaba de apuntar a la lista de infamias que me había jurado no volver a cometer.
Como en cualquier transición, el proceso no está exento de percances y el evento del bastón puede que no se vuelva a presentar, al menos no con el mismo bastón.
En el camino de adaptación a este estado —y sólo después de haber perdido la cuenta del número de veces que el crepúsculo nos ha cobijado el llanto y la incertidumbre— aquellas lágrimas teñidas en magenta, dejarán de enturbiar la vista panorámica del cielo que, ahora diáfano y estático, ya no hospedará ni representaciones holográficas producto de alucinaciones epilépticas, ni alianzas bendecidas por tiempo limitado, sino que será simplemente el techo que dé refugio tibio a nuestro brío y ego. En el camino verán como esas mismas lágrimas que un día fueron magenta aceitoso, ahora se han vuelto desierto y con ello se ha cortado la inútil tarea de lubricar los pernios oxidados que, secos por el viento estival ante el cual se juró en falso permanecer, chirriaban al intentar con abulia, abrir las láminas de esa voluntad carcomida, hechas de escrúpulos vanos y venales, que prefirieron mantenerse cerradas a cal y canto, antes de permitir la entrada a la razón redentora.


Una vez se ha acercado lo suficiente a ese punto, el consciente ni siquiera lo percibe de golpe y es hasta algún tiempo después que, pese a que los sentidos se han tratado de avezar al nuevo orden, no deja de sentirse acaso un exilio, una neblina de angustia nueva que ha surgido alrededor del homínido, y la desagradable sensación de no pertenencia lo conmina a comportarse con hosquedad razonada, hacía cualquier afable gesto hacia él; a caminar de puntillas por el escabroso camino de la heurística; a vadear a través fangosos cantos de sirenas; a no errar, no de nuevo, no de aquella forma, no escindido y refugiado. El nuevo orden le ha dado la gracia de la falta de remilgos. Atrás va quedando todo eso y ante él, al final de este tramo del camino, ya percibe el umbral, cada vez más frío, a medida que el rastro de cadáveres de escrúpulos se alarga a las espaldas de nuestro cid, todo el ambiente le confirma el acierto de su destino elegido, y aunque de cuando en cuando se detendrá debido a alguna analepsis vergonzosa, estas son solo parte de la decoración incluida.