En este desierto, nadie, ni él ni su huésped, eran nada. Y sin embargo, fuera de este desierto, ni uno ni otro, Daru lo sabía muy bien, hubiera podido vivir verdaderamente.
-Albert Camus-
La clepsidra permitió el monótono descenso
de dos docenas de gotas, precipitándose una tras otra hasta completar ínfimos segundos,
a los cuales los acompañaron explicaciones esputadas con amarescente culpa. Solamente
requirió unos cuantos parpadeos de ojos, a una accidentada epopeya en tránsito, su desplome,
cuyo preludio y epílogo fue sermoneado por frígidas gotas invernales
golpeteando el bruno acero y ahogando justificaciones. ¿Qué fue todo aquello sino
un ardid, una excusa, una promesa desleída en agua de pozo árido, a una
refulgente y altanera figura de reverencias?
Entre las falanges huesudas veía cómo le escurrían los
granos de tiempo, a través del negro cabello se disipaba el humo de antieres y atravesaban
su cuerpo entero esos corpúsculos de tentativas para siempre frustradas. Nada detuvo
su plétora aun ardiente, el tinglado lo convertía en castillo de granito, la
mentira la farfullaba con desgano y desdoblado. ¿Qué es eso sino lo
que claramente ha hecho? ¿Quién fue sino él, el que enajenó aquello que nunca
fue suyo? ¿Quién es ella sino la misma que transige de nuevo, aunque nunca lo supo?
Mancillado el santo frenesí del
resabio, ahora su fanerón esconde esos hologramas de nunca jamás, esos que se autovedó, aquellos que no alcanzaron a gestarse. El satí
inicia con reverente repudio, doliente y resignado; mientras que el ultraje le besa son sus labios de doncella esa frente que lleva tatuadas fases inestables, llenas de agoreros reiterados.
La cerril y sedosa voz de la ligereza
vuelve a incrustarse hasta sus nervios, y a mezclarse con su circulación, hasta imitar la cadencia de sus palpitaciones. El ambiente de medio año implora la niebla, que no tarda en aparecer por doquier, llenando su mundo en ralentí. No son estos escarceos pero
ojalá fuese el preludio a los idus de junio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario