sábado, 15 de noviembre de 2014

Profilaxis -Exordio-


"Alimentaban entonces su mal con signos imponderables, con mensajes desconcertantes: un vuelo de golondrinas, el rosa del atardecer, o esos rayos caprichosos que el sol abandona a veces en las calles desiertas. El mundo exterior que siempre puede salvarnos de todo, no querían verlo, cerraban los ojos sobre él obcecados en acariciar sus quimeras y en perseguir con todas sus fuerzas las imágenes de una tierra donde una luz determinada, dos o tres colinas, el árbol favorito y el rostro de algunas mujeres componían un clima para ellos irreemplazable."
—Albert Camus, La Peste—


Como un fardo, inerte e inanimado, se encontraba tumbado en el piso —visto desde este ángulo, no era más que espacio ocupado de forma egoísta en el vacío, como cada uno de nosotros—. Alrededor de su base se acumulaba polvo blanco y pequeños fragmentos de lo que en algún momento fue un envoltorio de una golosina con nulo valor nutricional; así mismo, a lo largo de su contorno, se veían hebras largas, cortas, y otras enmarañadas en diminutos nudos, todas ellas teñidas en pseudo-borgoña, cuyo falso color era descubierto tan solo a trasluz; también se hallaban pedazos estrujados de una factura que mostraba cifras y letras incompletas, impresas en cárdeno desteñido, resaltadas en un fondo blanco, vestigios de alguna prueba material que descubría, puerilmente, a la víctima de un ardid; más a la izquierda se veían decenas de trizas cuadradas y uniformes, de alguna fotografía rota con los dedos en un arrebato de infierno, que lo retrotraía a un paroxismo de negruzco epílogo; Por otro lado, al acercarse aún más, se apreciaba también una pata de mosca, tres de araña e incontables fragmentos de exoesqueletos de insectos que, acaso terminaron allí con el solo objeto de servir como representaciones convenientes de la calidad perecedera de cada envase, todas vasijas amontonadas que se confundían entre eternas y mortales; manteniendo esa misma línea de ideas, y enfocando la vista aún más en el piso que rodea a este bulto, se apreciaban también incalculables migajas de pan, diminutas partículas de Orégano y Albahaca, granos de azúcar, sal y pimienta, todos ellos desparramados, como condimentando la prórroga y el tiempo, como saborizando la mella en su orgullo; finalmente advertimos, fingiendo no haber tenido la intención de hallarlo, simulando que aguzamos aún más la vista para poder notarlo, entre todo aquél desorden de minúsculos objetos, medio cubierto y medio desnudo, acaso un tris de ella, apenas discernible, apenas vomitable.

Ahora bien, no eran solamente estos restos de desperdicios los únicos que se amontonaban allí, habían muchísimos otros residuos microscópicos que, aunque no vale el esfuerzo incluirlos, se encuentran esmeradamente catalogados y cuidadosamente etiquetados, cuya compañía, en conjunto, era más acogedora que este espacio imaginario, reservado a perpetuidad para ella, el cual se halla allí, todavía medio vacío y medio prestado sin prestatario, casi igual que como cuando ella lo llenaba con su transparencia; sí, me refiero no a un espacio abstracto sino a un lote concreto, que se dio, en alguna ocasión, en comodato, cuyo contrato fue otorgado entre fantasmas y redactado en vitela de fauno, fue un instrumento de contenido falso, cuyo cuerpo contenía una descripción técnica errática, donde sus cláusulas claramente establecían que el suelo del lote se mantendría húmedo de día, por el rocío traslucido que se pasearía en fugaz visita, antes o después de la aurora, y que se evaporaría por las noches, transmutando en cálida neblina; la comodataria sabía el ardid de sobra, ya que la argucia fue planeada en el interior mismo de su invalida inteligencia, desde aún antes de que la oportunidad se le presentara. Ese lote de nombre tan ambiguo que lo llamo memoria, que lo llaman antes, y que lo conocen como amnesia, fue dividido en partes desiguales, la de mayor extensión para él y el resto para la opresión consensuada. Pese a todo lo antedicho, y aún después de que quedara desolada la porción —entregada en trance a la evocadora de maledicencias— ésta todavía se encuentra repleta de su holograma, el cual, pese a su inexistencia acogedora y deprimente, ya no atormenta ni encadena, ya no lesiona ni estorba, sino que sirve de resabio agrio, cuya sola presencia traslúcida es mucho más afable que aquella real, y réproba, que con máscara de piel resollaba en mi rostro.

Es pues, con el reconocimiento del campo, que comienzan las medidas profilácticas que se están a punto de enumerar.