Fue la quinta peregrinación -una emblemática por su germen- una que brotó tal cual semilla traída producto de la anemocoria; magnífica demostración del proceso aleatorio y casual de este flujo perenne de días y noches.
Las verdades que no se aceptan desde el inicio carecen siempre de esa fuerza de cohesión, carencia de la cual se lamenta en posteriores noches.
Las verdades que no se aceptan desde el inicio carecen de esa cálida seguridad, de esa muleta de marfil que buscaba en posteriores momentos de desesperanza.
La verdad que no es verdad siempre termina siendo la falacia que digeriste carente de aminoácidos, que endulzó la boca, tranquilizó el apetito, aniquiló el nervio y durmió el ánimo.
Impulsos sinápticos frenéticos en el terso idilio de la tarde que rasgaba el centro de la octava oportunidad de setescientos cuarenta y cuatro epitafios.
Fue un salto libre, el mentón y los pómulos rompiendo el viento, las manos atadas con tisú, los tobillos quebrados antes del lanzamiento, las ropas raídas y la resolución de abdicar antes de estrellarse... Un sueño extraño fue, la realidad era claramente distinta, la contingencia nunca estuvo en la caída si no en la combustión interna que no se previó, en el ardor que había refrigerado para después, en ignorar el sol que estallaba en la cara, en ignorar la inminente hoguera avivada con libros de primaria.
Al final el asentamiento quedó desolado, los últimos marchaban con ramas disimuladas y entrelazadas, dando la espalda a las cenizas de la hoguera. Se susurran al oído, se ríen, lloran y cantan indistintamente, no es más que una verborrea aturdidora. Mientras, al fondo, a sus espaldas queda la esencia de la inefable emoción que se desmoronó de nuevo.