miércoles, 30 de diciembre de 2015

De la Escogida, La Firmeza, Lo Útil y la Escasa Vida. (1)

"La causa de la  miseria humana evitable no suele  ser tanto la  estupidez como  la  ignorancia, particularmente la  ignorancia  de nosotros."
-Carl Sagan

Generalmente él espera paciente, sentado o de pie, incómodo o aparentando estar cómodo,  y esa había sido la regla desde tiempos inmemorables, sin embargo, en esta ocasión su sintética homeostasis emocional se encontró desprotegida por un instante, y quizás él esperaba esto desde hacía algún tiempo, pues su orden interno se traicionó con deleite, sabiendo de sobra que sufriría, una vez más, la feliz ruptura de aquellos para los cuales no les son suficientes sus endebles soledades.
Su frágil revestimiento de eterno-bisoño-sensato se iba a desmoronar, se le iba a caer en diminutos fragmentos en un suelo encerado, en el cual se refleja, a medida que dicha cobertura  se desprende, una escena onírica de dos, un futuro de tres y un final de cuatro o cinco; el suelo-espejo parece distante ya, él siente flotar treinta y dos centímetros, y su fugaz vistazo hacía aquella escena lo retrotrajo, con garras de fauno, a aquel momento difuso en que, con frívolo examen, rechazó a priori cualquier tentativa de solicitar audiencia con esa particular ánima. Se hallaba perplejo pues nada visible había cambiado en ella sino aquello que esta cogitaba con sus perlas.

Rápidamente recobró la postura y reparó un momento, calculó livianamente el alcance de su intriga, sonrió y se sintió complacido; jamás se percataría, sino hasta después de que la ilusión adquiriera carne y huesos, de que fue una portentosa ambición desde su raíz, sin embargo decidió ejecutarla y este es el apólogo, su apólogo:


1.      La Mañana de la Resignación, casi.

Ayer llevaba puesto mi mejor semblante de borrasca, una resolución color lasitud, y unas gafas de oscuros cristales, en los cuales se reflejaba un punto estático, a una distancia mucho más allá de lo que yo mismo quería ver; los homínidos circundantes se desplazaban como cualquier otra mañana por las calles, ocupando espacio en este amplio espacio, yo a veces apenas confirmaba su presencia próxima para esquivarlos, aunque hubiera deseado atravesarlos pues la abulia me constreñía hasta el límite y me exasperaban sus solas presencias.

—Quizás a ella sólo la atormenta lo que no pudo aniquilar con sus perdigones de olvido, sí, eso debió ser; la decisión última en estas opciones de compra poco tienen que ver con lo volitivo, pues ella sí desea el producto de mejor valor nutricional. —Cavilaba—.

Un peatón que caminaba en sentido contrario a mi dirección, se apartaba hacía la derecha al ver que no me orillaba; la acera no era tan ancha en todo caso, eran solo dos metros y medio y, como mencioné antes, el desgano me inmovilizaba hasta la poca cortesía que en alguna ocasión rebosaba sin compulsión... bueno, tal vez eso nunca sucedió. Por otro lado, los ruidos de los automotores, y su pestilente humo, llegaban hasta mis más agazapados sentidos que yo deseaba cerrar, y solo dedicar, al lamento de lo que había leído ayer.

—“Tal vez no deba decir esto…”. —Vino a mí el recuerdo vívido, de aquellas frases leídas en la pantalla

Sacudí la cabeza al recordar cada sílaba interpretada, cada idea proyectada como ella nunca quiso significarse, fruncí el ceño y aparté la vista hacia la derecha, como si lo que había enfrente me causara repulsión hasta el tuétano.
Dos mujeres, con uniformes azul oscuro y zapatos negros se desplazaban con paso ligero al otro lado de la calle, su taconeo se escuchaba aún a esta distancia y el estómago se me revolvió, volví inmediatamente la vista al frente pero hacia  el suelo, contemplé las grietas de esta calle encementada, eran venas sucias, de algunas manaban líquidos y hormigas, por doquier habían envoltorios de plástico hechos puño, hierba desparramada y creciendo a capricho por esta sucia ciudad, tan inmunda como la mañana que me rodeaba.

—“Te quiero”. —Leí en la pantalla, según mi memoria—

¿Pero qué significaron esos símbolos? Esto significaron y nada más: Una Capitis Deminutio, un yugo con el que me sentí cómodo y dos saetas que me atravesaron ambas muñecas, que traspasaron mis nervios medianos, y cuyas puntas están alojadas treinta y dos milímetros adentro de la pizarra de corcho, sobre la cual me encuentro crucificado y endeble, como el nazareno, con un evangelio sin lógica y una falsa resurrección.

El semáforo está en rojo para los que se conducen de este a oeste y viceversa, dos peatones vuelven a ver hacia ambos lados de la calle, como si no creyeran en la prudencia de los conductores de esta hora de la mañana, yo continúo, aunque la cautela de aquellos me posee por un instante y giro la cabeza levemente al oeste, no había nada que temer, los vehículos están estáticos ante el paso de cebra, los motores encendidos apenas rompen el ruido de la mañana, ese ruido que se ha fusionado con la melodía que traigo en la cabeza, una pompa fúnebre para este cadáver que ya no volverá del averno.

La apreciación de ella in situ y en especial aquella que, digamos tengo a unos 50 centímetros de distancia, es mejor que la imaginaria, es una visión preternatural que me ha conducido a este preciso momento; felizmente, dentro de unas horas, visón y aparición serán una sola, y las migas de chocolate, caídas a propósito desde la mesa en que ella festeja, serán banquete final que se repetirá una y otra vez, en este felo de se que mi aquiescencia suplica en bucle.

Me parece que algo se me ha ido cayendo desde que inicié el corto viaje hacia aquí, giro mi rostro a la izquierda, noventa grados, claramente se distingue una estela ignominiosa, que he ido dejado tras de mí, es efímera, se comienza a disipar con la tibia alba y con ella el recuerdo de esta mañana y este retazo de vida; vuelvo la vista hacia delante, las calles se atiborran cada vez más de gente a medida que me acerco al edificio, ya no me importa lo que me precede, no en este instante.

Me detengo en otra esquina, me encuentro casi de frente al edificio, casi oblicuo al piso a dónde me dirijo, y otra espera frente a un semáforo, ahora este sirve para detener a los vehículos que van de sur a norte. Aún más gente se me acerca por ambos flancos, percibo perfume barato, cremas, jabones, olor a comida, murmullos, miradas, todo me hastía, quisiera fulminar la presencia de todo y que el vacío lo engullera este verano, solo este verano.

El tiempo estival nunca fue tan injusto, ojalá ella lo supiera, ojalá y.... ¡Verde!, vuelvo a concentrarme, muevo una pierna primero y luego la otra, ya me encuentro caminando hacia delante y la mañana apenas repunta. Respiro.



sábado, 7 de noviembre de 2015

consortium omnis vitae

"...y si el tiempo, que borra hasta los más caros afectos, no pudiera borrar los intereses materiales, no habría tranquilidad posible."
Arturo Alessandri Rodríguez


—¿Es eso cierto? —preguntó con recelo ella, entornando los ojos.

—Cada una de sus palabras y hasta el alma de ellas —respondió él—, haciendo un solemne cierre de parpados e inclinando levemente la cara hacia delante.

Ella cavilaba sobre este ofrecimiento de cielo opaco que le presentaban, no podía dejar de recordar cómo le habían esquilmado su confianza, cómo las qualias de decepción le clavaban sus incisivos en la fe que extravió en “esto”.
Por su lado, él comenzaba a comprender que su parafernalia no iba a ser suficiente para extraer de ella  el convencimiento de sus intenciones, también sabía que su ritual no era más que otra plantilla sabida por ella, la diferencia si acaso, era el atavío de sus palabras; no obstante ello, continuó el siempre arriesgado regateo de etéreas promesas color certeza.

<<Si acaso se pudieran obviar las primeras fases y ella llegara al Alétheia de una forma más expedita>> Pensó él, impacientábale un poco no poder rodear el nimbo maligno de confusión, que aquel anónimo conocido había soplado en la seguridad de ella, justo en el momento que él se disponía a ejecutar su fin último, la sincronía de todo esto no pudo haber sido más absurda y la desilusión se asomó por fin con sonrisa de escarnio.

—¿y si acaso me trasladara al desierto de guijarros de viento, sin nadie más que aquella que presenta sacrificios? —preguntóle ella—, evitando las pupilas de él.

Él se visualizaba hoy, en una lenta toma de 360 grados, en el centro del proscenio, en medio de una tragedia de la cual no leyó el guion, su garganta árida olvidó por un instante lo que de memoria sabía, y cuando recurrió a su memoria, eran solo entresijos, la verdad que hacía unos segundos le quemaba el habla, ahora estaba extinta, petrificada, oculta. Sentíase un alevín, y un cristal ardiente asomaba por debajo de una de sus dos perlas.

—Entiendo, y a la vez aborrezco la razón en este instante, porque la vesania no me acompaña, porque soy taciturno y la verdad me comprime; porque el dechado que estaba erigiendo en mi mente, con columnas jónicas, se está resquebrajando, y mis manos son frágiles y tu presencia un fluido que se me escurre entre las falanges, aún antes de que te hubiesen sostenido.

El rocío de la revelación humedeció los blancos pómulos de ella, la neuralgia en su corazón la enmudeció, la brisa de la noche lluviosa traspasó la pared y le acarició con melancolía su espalda.

—Yo… yo no quisiera, yo no… —era imposible para ella superar la aporía que se le presentaba, pues sabía que lo quería y a la vez no lo quería, deseaba colocar un dogal en el cuello de la peor de las decisiones, pero no sabía cuál era la peor o la mejor.


Él adivinaba sus elucubraciones y deseó tener la capacidad sobrenatural de hacer desaparecer a ese anónimo conocido; no había salida de emergencia y la salida por la puerta principal era demasiado dolorosa; todo esto más que irritarle le causaba pesar y su única defensa consistió en recurrir a su costumbre inveterada: interpolar verdades presentes con verdades oníricas, evitando el acíbar de argumentos ad hominem, para así tal vez sublimar las pétreas dudas de ella en liviano gas. Decidió acercarse a ella dos pasos e inició su último discurso, ella lo veía impertérrita y lo escuchaba próvida más no del todo segura, su situación era de por sí injusta y el azar no había hecho sino que un despropósito en la existencia de ambos; él se acercó un paso más, y sólo lo separaba de ella una débil capa de aire, de cinco centímetros de grosor; ella pensó en alejarse un poco pero sus extremidades dormían, él se inclinó un poco más y le musitó al oído izquierdo lo que ella pensaba que sabía de antemano, lo que ella creía que ya había escuchado tantas veces, no sólo de él sino de todos aquellos que imitaron sellar con inmunda voz lo que es inefable, lo que nadie ha sostenido, lo que ella aún ansia: consortium omnis vitae, pero en esta ocasión, ella creyó creerlo.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Se non è vero, è ben trovato

11, wieder.
Parecía yacer, como muchas otras veces, en el mismísimo lecho marino, un poco más profundo que el Challenger, la presión sobre su existencia era una irónica analogía mientras que la gravedad parecía no tener el mismo poder acá abajo; pese a ello, todavía sentía el peso de su culpa actuando como un par de botas, hechas de plomo incandescente, atadas con cintas de frágil vidrio.
Fue allí abajo, entre plancton y sedimento milenario, que decidió reproducir en su memoria, en interminable bucle, la canción más triste, la que siempre deseó que vibrará en sus tímpanos -pero sólo su parte en pianissimo-, porque no tardó en recordar ese abrupto ruido, esa falta de  dinámica de transición, cuando
desgarrados sus tímpanos por ese estribillo maligno, su magra voluntad se astillaba; pero a pesar de ello, esa discordancia lo  extasiaba y no podía sino salmodiarla en su mente como imbécil. 
***********
Hubiera hecho buen clima esa tarde, pensaba, haciendo memoria del cielo en el que ya no cree; 《sí, lo hubiera hecho》, -se repite en voz alta, aunque más bien fue un farfullo-, sino fuera porque en la profunda depresión húmeda, donde se encuentra hoy y se encontró en aquel momento, no hubo ni hay sino cenizas en el aire y huele a extravío. Respira hondo y recuerda más, reproduce la perorata que le dio al encuentro de la tarde, reproduce la vergüenza que nunca llegó cuando se le invocó; se lamenta que nunca nadie lo preparó para su poco triunfal Rubicón que estaba a punto de vadear en esa ocasión.
***********
"Quizás, quizás, quizás": será el adverbio repetido que lo atormentará el resto de su fugaz y torpe zancada, por esta y estas vidas que solo lo verán un instante; un instante y será mascullo de demente; un instante y será arrepentimiento de alguna redimida por la gracia del vacío; un instante nada más y será una partícula entre esa capa de polvo, que un sucio y pestilente paño rojo sacudirá con fastidio y en un movimiento, del retrovisor izquierdo del auto; un instante y sólo un instante, para reducir la creación a un fatuo espectro que lo maldice cada vez que esta vuelta elíptica se completa, justo hoy, al poco tiempo después de iniciado el séptimo.
***********
Racionaliza más y se engaña: ¿Y qué si todo esto hubiese sido una mentira para autocomplacerse?, ¿qué si no es más que una vana ambición que desde su génesis rebosó de miserias en su ramo de rosas color salmón?, non liquet; el Océano lo ha engullido desde hace más de cinco lustros y aunque él lo niegue, nosotros damos fe de haberlo visto, y ahora, la sola escena de su retorno a la costa irrita hasta el hastío: él,  tratando de flotar hacia la superficie, con su melodía fúnebre atada a su cuello y quebrándole su cervical lentamente, eso está comprobado.

domingo, 9 de agosto de 2015

El Fin



Considerada la enfiteusis otorgada hace dos lustros ya, la del extremo menos soleado, la del rumbo noreste, la de esas ácratas. —¿no es suficiente prórroga acaso?, ¿no es suficiente pedantería? —


— Es que sólo ha sido el exordio, sólo ha sido la creación de un dechado que no debe repetirse.


— Pero nadie lo ve así.


— ¡Y eso qué importa!, sólo espero que el fin caiga sobre mí como sirimiri de un viernes por la tarde, lo demás es irrelevante ya.


sábado, 11 de julio de 2015

Profilaxis I

-Sobre el valor. Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes,
pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa.
-Parece ser que es capaz de todo.
-No, es incapaz de sufrir o de ser feliz largo tiempo. Por lo tanto no es capaz de nada que valga la pena.
- Camus, La Peste -



Y bien, una vez traspasado el punto de adquisición de consciencia, una vez se ha caído en cuenta de que se es participante activo de este melodrama azaroso y repetitivo…(rectius) una vez que se ha escuchado y percibido, con seguridad hialina, cómo el dióxido de carbono expulsado desde la hemoglobina, se hace camino fuera de las fosas nasales, dejando a su leve paso un casi imperceptible hormiguillo; solo después de esa perogrullada es que se trasciende a otro estado, no a uno de gloria astral, sino a uno perteneciente a este plano terreno, a uno un poco más olvidado que aquel plácido final al que todos avanzamos a trompicones.
¿Es este estado menos miserable que la caída en cuenta de la esclavitud de las circunstancias, que señorean nuestra magra mediocridad, en todo lo que quisiéramos obtener?
Respuesta: Depende de qué objetos se quisieran obtener y en qué orden prioritario, en todo caso, este dichoso estado no conlleva una solución integral de nuestras necesidades, ni siquiera lo desea así, es solo una medida profiláctica, una inmunización contra mañanas atascadas en el atrio de sueños felices y sin fin.
Volviendo al estado, hablo de uno que ofrece una especie de seguridad ladina; uno que otorga una considerable porción espacial de autodeterminación, de la cual podríamos concesionar alguna pulgada cúbica de autonomía a condición de ofrendas, pero no de cualquier bagatela que terminaría guardando polvo en un rincón, sino de reales fragmentos de voluntad ajena, las cuales —avasalladas por la preeminencia de este ánimus que ha logrado una ventaja absoluta sobre ellas que, endebles, han intentado justificar todo con nada— se espera que, una vez usadas para cualquier conveniente fin, se devuelvan a la individualidad dadora, pero mutadas ya en un salto de calidad, a una de comparable sustancia a aquella que la sobrepujó y por la cual se permutó, para así hacer trascender a su origen y, a su lado, forjar talvez una común Wille zur Macht.
Sin embargo el camino se recorre sólo y el equipaje extra me retrasa mi de por sí lento andar, la compañía mal-pensante es también un lastre que disminuye el ritmo de mis latidos; si al menos fuera un perro, el cual camina mi camino sin réplicas, al cual se le alegra con mi sola presencia y del cual solo requiero su sobrante obediencia y leal compañía, podría considerarlo un adorno necesario, sin embargo los lastres mal-pensantes tienen su complejidad y voluntad propia y por si eso no fuera suficiente, están sus terribles consecuencias imprevisibles, por lo cual olvido esa opción de momento, mas quedan en mi subconsciente la angustia de la espera y el regreso: “Porque el tiempo de la vida es incierto, y pese a que eso es otra perogrullada, continuamos haciendo estas pausas periódicas sobre puntos ya recorridos, volvemos con demasiada frecuencia al mismo lugar de partida, caminamos en círculos como si fuera un buen hábito, y cuando cansados nos tiemblan las extremidades inferiores, entonces buscamos un bastón de puño terso, caña de cristal y contera de mentiras, lo asimos con férrea confianza porque la mano que lo sujeta transmite la sensación de seguridad, pero lo cierto es que la voluntad se ha encorvado, así como nuestra columna, caminamos inclinados hacia adelante, casi postrados ante nuestra divina incapacidad, y después de andar así por un tiempo, nos damos cuenta que la distancia avanzada con ayuda de tal vara es insignificante y peor aún, al examinar las huellas dejadas por nuestros pesados pies, confirmamos con acíbar que ha sido un trayecto errático; con ira nos desplomamos al suelo, con la cabeza gacha, sollozando y reconocemos nuevamente que el deleznable tiempo nos ha vuelto a dejar a la vera del camino, para cuando al fin logramos levantar la mirada, apenas atisbamos una estela de polvo que se impregna en nuestra cara, la cual, perpleja por la sorpresa y curtida por la intemperie implacable, no da crédito al nuevo desacierto que se acaba de apuntar a la lista de infamias que me había jurado no volver a cometer.
Como en cualquier transición, el proceso no está exento de percances y el evento del bastón puede que no se vuelva a presentar, al menos no con el mismo bastón.
En el camino de adaptación a este estado —y sólo después de haber perdido la cuenta del número de veces que el crepúsculo nos ha cobijado el llanto y la incertidumbre— aquellas lágrimas teñidas en magenta, dejarán de enturbiar la vista panorámica del cielo que, ahora diáfano y estático, ya no hospedará ni representaciones holográficas producto de alucinaciones epilépticas, ni alianzas bendecidas por tiempo limitado, sino que será simplemente el techo que dé refugio tibio a nuestro brío y ego. En el camino verán como esas mismas lágrimas que un día fueron magenta aceitoso, ahora se han vuelto desierto y con ello se ha cortado la inútil tarea de lubricar los pernios oxidados que, secos por el viento estival ante el cual se juró en falso permanecer, chirriaban al intentar con abulia, abrir las láminas de esa voluntad carcomida, hechas de escrúpulos vanos y venales, que prefirieron mantenerse cerradas a cal y canto, antes de permitir la entrada a la razón redentora.


Una vez se ha acercado lo suficiente a ese punto, el consciente ni siquiera lo percibe de golpe y es hasta algún tiempo después que, pese a que los sentidos se han tratado de avezar al nuevo orden, no deja de sentirse acaso un exilio, una neblina de angustia nueva que ha surgido alrededor del homínido, y la desagradable sensación de no pertenencia lo conmina a comportarse con hosquedad razonada, hacía cualquier afable gesto hacia él; a caminar de puntillas por el escabroso camino de la heurística; a vadear a través fangosos cantos de sirenas; a no errar, no de nuevo, no de aquella forma, no escindido y refugiado. El nuevo orden le ha dado la gracia de la falta de remilgos. Atrás va quedando todo eso y ante él, al final de este tramo del camino, ya percibe el umbral, cada vez más frío, a medida que el rastro de cadáveres de escrúpulos se alarga a las espaldas de nuestro cid, todo el ambiente le confirma el acierto de su destino elegido, y aunque de cuando en cuando se detendrá debido a alguna analepsis vergonzosa, estas son solo parte de la decoración incluida.