sábado, 7 de noviembre de 2015

consortium omnis vitae

"...y si el tiempo, que borra hasta los más caros afectos, no pudiera borrar los intereses materiales, no habría tranquilidad posible."
Arturo Alessandri Rodríguez


—¿Es eso cierto? —preguntó con recelo ella, entornando los ojos.

—Cada una de sus palabras y hasta el alma de ellas —respondió él—, haciendo un solemne cierre de parpados e inclinando levemente la cara hacia delante.

Ella cavilaba sobre este ofrecimiento de cielo opaco que le presentaban, no podía dejar de recordar cómo le habían esquilmado su confianza, cómo las qualias de decepción le clavaban sus incisivos en la fe que extravió en “esto”.
Por su lado, él comenzaba a comprender que su parafernalia no iba a ser suficiente para extraer de ella  el convencimiento de sus intenciones, también sabía que su ritual no era más que otra plantilla sabida por ella, la diferencia si acaso, era el atavío de sus palabras; no obstante ello, continuó el siempre arriesgado regateo de etéreas promesas color certeza.

<<Si acaso se pudieran obviar las primeras fases y ella llegara al Alétheia de una forma más expedita>> Pensó él, impacientábale un poco no poder rodear el nimbo maligno de confusión, que aquel anónimo conocido había soplado en la seguridad de ella, justo en el momento que él se disponía a ejecutar su fin último, la sincronía de todo esto no pudo haber sido más absurda y la desilusión se asomó por fin con sonrisa de escarnio.

—¿y si acaso me trasladara al desierto de guijarros de viento, sin nadie más que aquella que presenta sacrificios? —preguntóle ella—, evitando las pupilas de él.

Él se visualizaba hoy, en una lenta toma de 360 grados, en el centro del proscenio, en medio de una tragedia de la cual no leyó el guion, su garganta árida olvidó por un instante lo que de memoria sabía, y cuando recurrió a su memoria, eran solo entresijos, la verdad que hacía unos segundos le quemaba el habla, ahora estaba extinta, petrificada, oculta. Sentíase un alevín, y un cristal ardiente asomaba por debajo de una de sus dos perlas.

—Entiendo, y a la vez aborrezco la razón en este instante, porque la vesania no me acompaña, porque soy taciturno y la verdad me comprime; porque el dechado que estaba erigiendo en mi mente, con columnas jónicas, se está resquebrajando, y mis manos son frágiles y tu presencia un fluido que se me escurre entre las falanges, aún antes de que te hubiesen sostenido.

El rocío de la revelación humedeció los blancos pómulos de ella, la neuralgia en su corazón la enmudeció, la brisa de la noche lluviosa traspasó la pared y le acarició con melancolía su espalda.

—Yo… yo no quisiera, yo no… —era imposible para ella superar la aporía que se le presentaba, pues sabía que lo quería y a la vez no lo quería, deseaba colocar un dogal en el cuello de la peor de las decisiones, pero no sabía cuál era la peor o la mejor.


Él adivinaba sus elucubraciones y deseó tener la capacidad sobrenatural de hacer desaparecer a ese anónimo conocido; no había salida de emergencia y la salida por la puerta principal era demasiado dolorosa; todo esto más que irritarle le causaba pesar y su única defensa consistió en recurrir a su costumbre inveterada: interpolar verdades presentes con verdades oníricas, evitando el acíbar de argumentos ad hominem, para así tal vez sublimar las pétreas dudas de ella en liviano gas. Decidió acercarse a ella dos pasos e inició su último discurso, ella lo veía impertérrita y lo escuchaba próvida más no del todo segura, su situación era de por sí injusta y el azar no había hecho sino que un despropósito en la existencia de ambos; él se acercó un paso más, y sólo lo separaba de ella una débil capa de aire, de cinco centímetros de grosor; ella pensó en alejarse un poco pero sus extremidades dormían, él se inclinó un poco más y le musitó al oído izquierdo lo que ella pensaba que sabía de antemano, lo que ella creía que ya había escuchado tantas veces, no sólo de él sino de todos aquellos que imitaron sellar con inmunda voz lo que es inefable, lo que nadie ha sostenido, lo que ella aún ansia: consortium omnis vitae, pero en esta ocasión, ella creyó creerlo.

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