"Se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado."
-Michael Ende
-G-
Érase una vez, una dama y su rostro iluminado por el abrasador astro de la alborada, aquél que calcina desde su centro esos intangibles deseos de poder encontrar la emoción rosa o granate de un fantasma tangible como compañía o como costumbre; regularmente lo solicitaba en denuedo y solemne mantra al invisible aire, solicitaba un espectro y un rebaño de entes heterogéneos, enlazados por ácido desoxirribonucleico, pero particularmente, uno con abundante papel fiduciario para así, tal vez -cuando el alborozo que le causa un eclipse de satélite nocturno que cobija con penumbra- no deba marcharse a lo desconocido, donde tendrá que alejarse de esas voces y rostros que se sabe de memoria, donde deberá dejar momentáneamente este hábitat cruel y hostil. Sin embargo, la decisión está tomada; enviada su petición, y recibida su respuesta, yacen, sobre 2 escritorios, pálidas láminas con letras en perpetua impresión. Nuestra semidiosa decide trasladarse sobre alas de acero, impulsadas por turbinas que combustionan petróleo destilado, a más de diez mil metros sobre el nivel del mar, rompiendo el espacio palpable, en pos de lo etéreo e impalbable; la decisión la tomó sin vacilación, pero en el fondo… en el fondo hay algún inconformismo latente, una espina difícil de ver, los recuerdos hicieron condensación en rocío de tristeza y nostalgia, que se deslizó por la piel canela de sus pómulos y se detuvo en su barbilla temblorosa.
Tiempo después, al otro lado, ha podido encontrar dicha en los kilómetros visibles -y no visibles- que la separan de su origen y también de lo mundano y vulgar; el solaz que sobrepasa su nueva esfera de comodidad es acompañado de continuos y constantes símbolos que fueron grabados con oscura sangre de memorias y emociones -que neciamente intentan terrenalizar su celestial aura-, estos fueron envueltos con delicada precisión en blanca celulosa y enviados desde algún punto más meridional. A veces los recuerdos y noticias le venían por medios más veloces y encriptados; ondas sonoras familiares que resonaban en su tímpano y se transformaban en dicha inmediata, todo esto sucedía al cerrar el año decimotercero del tercer milenio.
Ya para la mitad de la perla, cuando el tiempo de ascetismo languidecía, no existía mayor felicidad en ella que el regreso a lo profano, el regreso al olvido momentáneo. Estaba a punto de dejar esos vínculos sempiternos que la habían retenido en el plano superior, para volver y aplaudir su logro de haber vencido –al menos brevemente- ese estado terrenal. Ahora lo ve en perspectiva y no puede más que aprobarlo con sincera sonrisa e imaginar que no ha acabado.
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