qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
-Silvio Rodríguez-
-Silvio Rodríguez-
¿Y si Berkeley tuviera la razón? —pensaba, mientras
extendía su palma derecha enfrente suyo y apreciaba el dorso de la misma; veía
los detalles rugosos de la piel oscura, los metacarpianos segundo y tercero
sobresalían, abultando la piel y creando un efecto tridimensional que,
definitivamente, era de materialidad incuestionable; mientras extendía aún más
sus falanges hacia su rostro, en una fracción de segundo, formó un puño con su
mano, se encogieron los dedos formando una especie de pomo revestido de débil
carne; hizo presión y giró, casi ciento ochenta grados hacia la derecha, el
puño cerrado, ahora podía ver resaltados los tendones y el nervio mediano en su
muñeca. Volvió a extender los dedos, cerrando y abriendo la mano repetidas
veces, parecía una mandíbula con dientes largos, como si fueran tubos finos.
—¡No! —Gritó para sus adentros— ¡Definitivamente no la
tiene! Es imposible eliminar del plano físico todo lo que no percibo e ignoro,
aunque… —estaba a punto de mencionar a aquel personaje tan famoso—, aunque el
hecho de sentirme el creador de mi propio mundo no es, en medida alguna,
despreciable; ¡sin embargo, no es así!. Las limitaciones creacionistas son tan
reales como esta sensación de movimiento y presión que acabo de experimentar.
Definitivamente hay algo más allá del solo hecho de percibir y ser percibido.
—bostezó ante la inevitable sensación del cansancio que apenas lo comenzaba a
abrazar, se rascó con su mano derecha el antebrazo izquierdo y se reacomodó en
su asiento, no se pudo sentir más real el mando efectivo, que su cerebro
enviaba a sus músculos, a través del sistema nervioso; bastaba solo pensarlo
para que todo un grupo ingente de moléculas, que constituyen su cuerpo,
realizara los antojos del ser… del ser, —se detuvo un largo rato a pensar en eso que acababa de
decir, “el ser” resonaba ahora en su cabeza, en algún lugar intangible de su “mente”.
— ¿Qué es el ser?, o ¿quién es el ser?, ¿acaso no termina siendo un objeto
también? Un objeto complejo, pero objeto al final; por fuera una caja antropomorfa
vista en tercera persona, y por dentro una caja antropomorfa vista en primera
persona. ¡Oh, la falacia del ser único y divino!
Las certezas de las cuales se consideraba propietario
habían sido obtenidas a través de una dualidad de componentes, aparentemente y
solo aparentemente, esta vida es ambivalente, dos dimensiones totalmente
distantes: la invisible y la tangible, ambas cognoscibles de distinta forma o
quizás de la misma, aún estaba decidiéndolo. Pero estas certezas de las que hablo,
no han sido dadas a luz de forma espontánea o paulatina, sino solo en el
momento indicado, y a veces ni en ese, a veces quizás ya estaban allí, solo que
no las había percibido. Sócrates lo llamó mayéutica: la verdad dentro de mí, las
respuestas que brotan de mí.
Ahora se sentía seguro de lo que pensaba, sentía que
nadie podía estar más errado que aquellos que no fueran él, que la totalidad de
individuos que no compartía aquella revelación recurrente era indigna, que todos
los escritos profanos y sagrados indicaban que su futuro se balanceaba, seguro
y firme, sobre una cuerda sintética, con un polo de plomo, de 2 metros de longitud
en sus manos; saltimbanquis se mofaban desde las aceras, viéndolo desde abajo y
señalando con ignorancia lo que jamás configurará sentido en sus necios
entendimientos; estaba a un paso de ser omnisciente, estaba a un movimiento de
ser lo que todos quieren ser y nadie ha podido, pero… poco tardó en darse
cuenta que aún no podía autoproclamarse destructor del aire, poco tardó en
darse cuenta que era una distancia abisal aquella que separaba a su ser deseado
del endeble ser que era; se ahogaba en sus sueños, deliraba infinitud, bufaba
de ira y fue entonces que despertó repentinamente de su fantasía, tosiendo y
llevándose la palma de su mano izquierda a su boca, mientras la saliva era retenida en su
mano abierta. Se había dormido un instante, lo suficiente para soñar que era
lo que no era.
No le cabía ninguna duda de que millones de personas y
objetos pudieron, pueden y podrán existir, con total autonomía, aislados o
conectados a este “amasijo sin mejores pretensiones” —rio en su interior por unos segundos, pero entre más lo pensaba menos podía retener sus deseos de exteriorizar su satisfacción, luego no pudo más y soltó una suave, pero sonora, carcajada de burla— esta certeza ha venido a él desde que su
alma corpórea se desprendió de su cuerpo intangible, para morar sobre suelo rígido
y estable. No hay más que decir por el momento, solo pensar mientras el sueño
se apodera de mi caja antropomorfa; los griegos llamaban logos al hablar y al pensar,
el logos es al final del día esa dualidad falsa de lo metafísico y lo físico,
una moneda de dos caras corpóreas con el mismo valor, es metal
que compra voluntades a placer, y yo, hace mucho que debía estar en la etapa V del sueño.
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