sábado, 15 de noviembre de 2014

Profilaxis -Exordio-


"Alimentaban entonces su mal con signos imponderables, con mensajes desconcertantes: un vuelo de golondrinas, el rosa del atardecer, o esos rayos caprichosos que el sol abandona a veces en las calles desiertas. El mundo exterior que siempre puede salvarnos de todo, no querían verlo, cerraban los ojos sobre él obcecados en acariciar sus quimeras y en perseguir con todas sus fuerzas las imágenes de una tierra donde una luz determinada, dos o tres colinas, el árbol favorito y el rostro de algunas mujeres componían un clima para ellos irreemplazable."
—Albert Camus, La Peste—


Como un fardo, inerte e inanimado, se encontraba tumbado en el piso —visto desde este ángulo, no era más que espacio ocupado de forma egoísta en el vacío, como cada uno de nosotros—. Alrededor de su base se acumulaba polvo blanco y pequeños fragmentos de lo que en algún momento fue un envoltorio de una golosina con nulo valor nutricional; así mismo, a lo largo de su contorno, se veían hebras largas, cortas, y otras enmarañadas en diminutos nudos, todas ellas teñidas en pseudo-borgoña, cuyo falso color era descubierto tan solo a trasluz; también se hallaban pedazos estrujados de una factura que mostraba cifras y letras incompletas, impresas en cárdeno desteñido, resaltadas en un fondo blanco, vestigios de alguna prueba material que descubría, puerilmente, a la víctima de un ardid; más a la izquierda se veían decenas de trizas cuadradas y uniformes, de alguna fotografía rota con los dedos en un arrebato de infierno, que lo retrotraía a un paroxismo de negruzco epílogo; Por otro lado, al acercarse aún más, se apreciaba también una pata de mosca, tres de araña e incontables fragmentos de exoesqueletos de insectos que, acaso terminaron allí con el solo objeto de servir como representaciones convenientes de la calidad perecedera de cada envase, todas vasijas amontonadas que se confundían entre eternas y mortales; manteniendo esa misma línea de ideas, y enfocando la vista aún más en el piso que rodea a este bulto, se apreciaban también incalculables migajas de pan, diminutas partículas de Orégano y Albahaca, granos de azúcar, sal y pimienta, todos ellos desparramados, como condimentando la prórroga y el tiempo, como saborizando la mella en su orgullo; finalmente advertimos, fingiendo no haber tenido la intención de hallarlo, simulando que aguzamos aún más la vista para poder notarlo, entre todo aquél desorden de minúsculos objetos, medio cubierto y medio desnudo, acaso un tris de ella, apenas discernible, apenas vomitable.

Ahora bien, no eran solamente estos restos de desperdicios los únicos que se amontonaban allí, habían muchísimos otros residuos microscópicos que, aunque no vale el esfuerzo incluirlos, se encuentran esmeradamente catalogados y cuidadosamente etiquetados, cuya compañía, en conjunto, era más acogedora que este espacio imaginario, reservado a perpetuidad para ella, el cual se halla allí, todavía medio vacío y medio prestado sin prestatario, casi igual que como cuando ella lo llenaba con su transparencia; sí, me refiero no a un espacio abstracto sino a un lote concreto, que se dio, en alguna ocasión, en comodato, cuyo contrato fue otorgado entre fantasmas y redactado en vitela de fauno, fue un instrumento de contenido falso, cuyo cuerpo contenía una descripción técnica errática, donde sus cláusulas claramente establecían que el suelo del lote se mantendría húmedo de día, por el rocío traslucido que se pasearía en fugaz visita, antes o después de la aurora, y que se evaporaría por las noches, transmutando en cálida neblina; la comodataria sabía el ardid de sobra, ya que la argucia fue planeada en el interior mismo de su invalida inteligencia, desde aún antes de que la oportunidad se le presentara. Ese lote de nombre tan ambiguo que lo llamo memoria, que lo llaman antes, y que lo conocen como amnesia, fue dividido en partes desiguales, la de mayor extensión para él y el resto para la opresión consensuada. Pese a todo lo antedicho, y aún después de que quedara desolada la porción —entregada en trance a la evocadora de maledicencias— ésta todavía se encuentra repleta de su holograma, el cual, pese a su inexistencia acogedora y deprimente, ya no atormenta ni encadena, ya no lesiona ni estorba, sino que sirve de resabio agrio, cuya sola presencia traslúcida es mucho más afable que aquella real, y réproba, que con máscara de piel resollaba en mi rostro.

Es pues, con el reconocimiento del campo, que comienzan las medidas profilácticas que se están a punto de enumerar.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

24


"La evasión típica, la evasión mortal... es la esperanza: esperanza de otra vida que hay que "merecer", o engaño de quienes viven no para la vida misma, sino para alguna gran idea que la supera, la sublima, le da un sentido y la traiciona."
-Albert Camus

-G-

Hace mucho tiempo ya, cuando el tiempo dejó de ser eterno y fue mortal; cuando el tiempo ya no fue invencible sino que sangró y sonrió; cuando el tiempo ya no fue impasible sino que lloró y cantó; fue entonces que acariciamos con nuestras manos el alma de un crisantemo, y por un instante, ya ni la mañana le seguía a la noche, ni la noche a la tarde, sino que la vida toda se redujo a un beso, para luego desplegarse en una escena ininterrumpida, como divina maldición, cada vez que el rocío de la noche humedeciera nuestros parpados.
Los cuatro eones condensados en el brillo que destellaban tus pupilas, que dilatadas en la oscura penumbra, arrullaban el frío. Los cuatro eones resumidos en la noche en la que aniquilamos a Cronos y moramos en el Parnaso.
 
Sin embargo, en ese breve triunfo del polvo sobre lo perpetuo, los Moáis nos observaban con su mirada vacía y escrutadora, haciendo que los labios enmudecieran ante el silencio  de una vida sin índigo.
 
Y fue entonces que mis catedrales de granito y ónice se construyeron hacia abajo, mientras que ápices de tu ciudad de cristal y éter se erguían hacia Cumorah. Allí se acababa la esperanza de un feliz horcajo, y entonces el tiempo recobró su brillo sempiterno y la vida su opaca muerte. Allí se extinguía una eventual trascendencia.
 
Pese a todo ello, hay todavía algo de sobrehumano que rescatar en ese cadáver, y es por eso que hay todavía luciérnagas iluminando la senda que lleva de vuelta al sueño.

Built On Secrets - Built On Secrets EP (2008)

martes, 26 de agosto de 2014

Sueño de Movimientos Oculares Rápidos

qué cosa fuera la maza sin cantera. 
Un eternizador de dioses del ocaso, 
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
-Silvio Rodríguez-


¿Y si Berkeley tuviera la razón? —pensaba, mientras extendía su palma derecha enfrente suyo y apreciaba el dorso de la misma; veía los detalles rugosos de la piel oscura, los metacarpianos segundo y tercero sobresalían, abultando la piel y creando un efecto tridimensional que, definitivamente, era de materialidad incuestionable; mientras extendía aún más sus falanges hacia su rostro, en una fracción de segundo, formó un puño con su mano, se encogieron los dedos formando una especie de pomo revestido de débil carne; hizo presión y giró, casi ciento ochenta grados hacia la derecha, el puño cerrado, ahora podía ver resaltados los tendones y el nervio mediano en su muñeca. Volvió a extender los dedos, cerrando y abriendo la mano repetidas veces, parecía una mandíbula con dientes largos, como si fueran tubos finos.

—¡No! —Gritó para sus adentros— ¡Definitivamente no la tiene! Es imposible eliminar del plano físico todo lo que no percibo e ignoro, aunque… —estaba a punto de mencionar a aquel personaje tan famoso—, aunque el hecho de sentirme el creador de mi propio mundo no es, en medida alguna, despreciable; ¡sin embargo, no es así!. Las limitaciones creacionistas son tan reales como esta sensación de movimiento y presión que acabo de experimentar. Definitivamente hay algo más allá del solo hecho de percibir y ser percibido. —bostezó ante la inevitable sensación del cansancio que apenas lo comenzaba a abrazar, se rascó con su mano derecha el antebrazo izquierdo y se reacomodó en su asiento, no se pudo sentir más real el mando efectivo, que su cerebro enviaba a sus músculos, a través del sistema nervioso; bastaba solo pensarlo para que todo un grupo ingente de moléculas, que constituyen su cuerpo, realizara los antojos del serdel ser, —se detuvo un largo rato a pensar en eso que acababa de decir, “el ser” resonaba ahora en su cabeza, en algún lugar intangible de su “mente”. — ¿Qué es el ser?, o ¿quién es el ser?, ¿acaso no termina siendo un objeto también? Un objeto complejo, pero objeto al final; por fuera una caja antropomorfa vista en tercera persona, y por dentro una caja antropomorfa vista en primera persona. ¡Oh, la falacia del ser único y divino!

Las certezas de las cuales se consideraba propietario habían sido obtenidas a través de una dualidad de componentes, aparentemente y solo aparentemente, esta vida es ambivalente, dos dimensiones totalmente distantes: la invisible y la tangible, ambas cognoscibles de distinta forma o quizás de la misma, aún estaba decidiéndolo. Pero estas certezas de las que hablo, no han sido dadas a luz de forma espontánea o paulatina, sino solo en el momento indicado, y a veces ni en ese, a veces quizás ya estaban allí, solo que no las había percibido. Sócrates lo llamó mayéutica: la verdad dentro de mí, las respuestas que brotan de mí.
Ahora se sentía seguro de lo que pensaba, sentía que nadie podía estar más errado que aquellos que no fueran él, que la totalidad de individuos que no compartía aquella revelación recurrente era indigna, que todos los escritos profanos y sagrados indicaban que su futuro se balanceaba, seguro y firme, sobre una cuerda sintética, con un polo de plomo, de 2 metros de longitud en sus manos; saltimbanquis se mofaban desde las aceras, viéndolo desde abajo y señalando con ignorancia lo que jamás configurará sentido en sus necios entendimientos; estaba a un paso de ser omnisciente, estaba a un movimiento de ser lo que todos quieren ser y nadie ha podido, pero… poco tardó en darse cuenta que aún no podía autoproclamarse destructor del aire, poco tardó en darse cuenta que era una distancia abisal aquella que separaba a su ser deseado del endeble ser que era; se ahogaba en sus sueños, deliraba infinitud, bufaba de ira y fue entonces que despertó repentinamente de su fantasía, tosiendo y llevándose la palma de su mano izquierda a su boca, mientras la saliva era retenida en su mano abierta. Se había dormido un instante, lo suficiente para soñar que era lo que no era.

No le cabía ninguna duda de que millones de personas y objetos pudieron, pueden y podrán existir, con total autonomía, aislados o conectados a este “amasijo sin mejores pretensiones” —rio en su interior por unos segundos, pero entre más lo pensaba menos podía retener sus deseos de exteriorizar su satisfacción, luego no pudo más y soltó una suave, pero sonora, carcajada de burla— esta certeza ha venido a él desde que su alma corpórea se desprendió de su cuerpo intangible, para morar sobre suelo rígido y estable. No hay más que decir por el momento, solo pensar mientras el sueño se apodera de mi caja antropomorfa; los griegos llamaban logos al hablar y al pensar, el logos es al final del día esa dualidad falsa de lo metafísico y lo físico, una moneda de dos caras corpóreas con el mismo valor, es metal que compra voluntades a placer, y yo, hace mucho que debía estar en la etapa V del sueño.


miércoles, 2 de julio de 2014

La epifanía del suelo

¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, -odian al solitario.

-Nietzsche-



En el instante que sucedía al tropiezo -entre la perdida de equilibrio y el seco estrépito provocado por el fuerte impacto contra el inmóvil e inmenso cadáver de hormigón- le quedó suficiente tiempo para pensar cómo debía colocar sus palmas, si debían estar extendidas, o formando un puño, o quizás olvidar el instintivo reflejo de salvaguardar su integridad y permitir, sin deseos de redentora vanidad, que su rostro se perfilara, resaltando el suave revestimiento de piel de su pómulo derecho, y cayera libre, sin obstáculo, ni gemido. En todo caso, no había forma de elegir la opción uno, ya que sus muñecas se encontraban inmovilizadas, sujetas una a la otra con un terso retazo; habían sido enlazadas con pseudocristiana violencia, hacía algún tiempo, quizás dieciocho meses, quizás setenta y seis o quizás solo tres; los purpúreos coágulos de sangre se asomaban en su oscura piel, alrededor del paño de seda que recorría, con seis vueltas, la coyuntura entre los brazos y manos de este sujeto de prueba; el perfecto nudo que adornaba el enlazado de sus extremidades era uno diagonal, su apariencia era una insoslayable visión de esa equis que, al girarla noventa grados a la izquierda, se convertía en ese infame emblema de benevolencia -que aquellas desabridas ejecutoras tanto veneraban desde sus insensatas e incomprensibles entrañas, que ni el peor de los arúspices pudo haber interpretado- equis girada de regocijo estéril, cuya representación canta celestiales melodías para ellas, pero para él... para él es silencio infinito y vacuo, pues su sordera tonal, hacia estas fantasías de ultramundo, hace algún tiempo dejó de ser una incapacidad; ahora se ha convertido en el pendón de su mortal estado, en el tranquilo sueño de una noche sin sueños ni rocío escarlata; en la segura muerte sin resurrección ni reencarnación; en el palpable “hoy” sin el incierto “mañana”; en el polvo que cubre el espejo que, borroso y empañado, refleja la inmanencia de su feo rostro así como su bella permanencia.

Después de haber considerado todo lo anterior -en un par de decisegundos- se escuchó un azote impetuoso; con su repugnante rostro acarició el frío y rígido suelo, como si se le hubiese ordenado odiarlo, como si se le hubiese ordenado pulverizarlo, como si se le hubiese ordenado volver a cada punto de inflexión de su miserable vida, a beber los mismos sorbos de cianuro, que con gusto saboreó -y volvería a saborear cuantas veces le ofrecieran la copa o incluso una crátera repleta, lo haría con alegre disposición, trémulo de emoción, una y otra vez-.

Ni siquiera tuvo tiempo de sentir dolor alguno, el impacto le produjo ira; No había necesidad de analizar su causa, no había tiempo de considerar sus inmediatas consecuencias y mucho menos sus posteriores repercusiones; ¿acaso alguien lo hacía?, ¿acaso existía algún consejo serio enunciado por alguien que representara a esta estirpe de títeres con autodeterminación?, el sujeto de prueba no se encontraba en condiciones de escuchar una apología de la asamblea de borregos así que optó por ensordecer aun más su soberbia.

Oyó a lo lejos un balido, pero fue solo en su mente -pensó-, las ovejas aún pastaban en los montes del altísimo absurdo, no molestarán sino hasta el domingo. Apretó sus dientes, y deseó desear algo… al final no deseó nada. Bufó en el suelo, el aire cálido que salió de sus fosas nasales levantó partículas de polvo que se suspendieron un instante en el aire para luego adherirse a su rostro; él cerró sus ojos inmediatamente, sin embargo, sus labios –aún húmedos- se impregnaron de blanca suciedad, él los contrajo en inútil intento de impedir que sus papilas saborearan el conocido sabor de la deshonrosa derrota; el polvo fue más rápido y miles de moléculas se mezclaban dentro de su boca, haciéndolo recordar su origen y fin.

Pensaba en el fin de esta bochornosa escena, sin intenciones de levantarse o desatarse, se mantuvo en la posición en la cual había quedado al caer. Todo era, en cualquier caso, un inmenso círculo vicioso, como uno formado por un negro carrusel de buitres planeando sobre su cadáver expuesto en el suelo, casi los podía oír, imaginaba sus sombras haciendo remolinos alrededor de este embalaje de carne pensante, aun viva. Meditaba por un momento que ya no habían más deseos de continuar con el pernicioso plan de multiplicar por dos su unidad, ya que, se había dado cuenta que el objetivo era tan alcanzable como inalcanzable, era tan claro como incierto, era tan necesario como innecesario, su vida misma era una antinomia y ya no tenía ningún interés en seguir calentando su crisol para que luego se forjaran aceros que atravesaran su espalda.

La brisa de invierno acarició su espalda. Recordaba una ocasión en que el viento abanicaba arena en el aire, mientras él entregaba una de sus historias prestadas a alguien, él pensaba que era un regalo, el destinatario pensaba que era desechable, no sabía que debía conservarlo, ¿quién debería saberlo? de tal modo que lo descartó. Este ultimo recuerdo lo devolvió inmediatamente a ponderar su actual estado, le parecía que la vida había decidido descartar su existencia, lo cual le agradaba, ya que no deseaba seguir respirando este falso aire que no sustentaba sus pulmones. El ethos de los transmundanos que lo circundaban lo airaba más. Se dio la vuelta, de cara al sol, cuyo calor y resplandor le lastimaban los ojos y quemaban su cara pero, a la vez, le aliviaba la certidumbre y le refrescaba la memoria de que, el cielo que lo contiene y todo lo que sus sentidos escrutan, aniquilaron una vez el etéreo bastón que jamás asirá de nuevo; Entonces escupió al cielo, apartó su cara para no recibirlo de regreso, desató sus manos y regresó andando, tranquilo y sin mover los brazos, casi levitando por donde no había venido.


martes, 6 de mayo de 2014

St Ferdinand *

"Se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado."
-Michael Ende
-G-

Érase una vez, una dama y su rostro iluminado por el abrasador astro de la alborada, aquél que calcina desde su centro esos intangibles deseos de poder encontrar la emoción rosa o granate de un fantasma tangible como compañía o como costumbre; regularmente lo solicitaba en denuedo y solemne mantra al invisible aire, solicitaba un espectro y un rebaño de entes heterogéneos, enlazados por ácido desoxirribonucleico, pero particularmente, uno con abundante papel fiduciario para así, tal vez -cuando el alborozo que le causa un eclipse de satélite nocturno que cobija con penumbra- no deba marcharse a lo desconocido, donde tendrá que alejarse de esas voces y rostros que se sabe de memoria, donde deberá dejar momentáneamente este hábitat cruel y hostil. Sin embargo, la decisión está tomada; enviada su petición, y recibida su respuesta, yacen, sobre 2 escritorios, pálidas láminas con letras en perpetua impresión. Nuestra semidiosa decide trasladarse sobre alas de acero, impulsadas por turbinas que combustionan petróleo destilado, a más de diez mil metros sobre el nivel del mar, rompiendo el espacio palpable, en pos de lo etéreo e impalbable; la decisión la tomó sin vacilación, pero en el fondo… en el fondo hay algún inconformismo latente, una espina difícil de ver, los recuerdos hicieron condensación en rocío de tristeza y nostalgia, que se deslizó por la piel canela de sus pómulos y se detuvo en su barbilla temblorosa.

Tiempo después, al otro lado, ha podido encontrar dicha en los kilómetros visibles -y no visibles- que la separan de su origen y también de lo mundano y vulgar; el solaz que sobrepasa su nueva esfera de comodidad es acompañado de continuos y constantes símbolos que fueron grabados con oscura sangre de memorias y emociones -que neciamente intentan terrenalizar su celestial aura-, estos fueron envueltos con delicada precisión en blanca celulosa y enviados desde algún punto más meridional. A veces los recuerdos y noticias le venían por medios más veloces y encriptados; ondas sonoras familiares que resonaban en su tímpano y se transformaban en dicha inmediata, todo esto sucedía al cerrar el año decimotercero del tercer milenio.

Ya para la mitad de la perla, cuando el tiempo de ascetismo languidecía, no existía mayor felicidad en ella que el regreso a lo profano, el regreso al olvido momentáneo. Estaba a punto de dejar esos vínculos sempiternos que la habían retenido en el plano superior, para volver y aplaudir su logro de haber vencido –al menos brevemente- ese estado terrenal. Ahora lo ve en perspectiva y no puede más que aprobarlo con sincera sonrisa e imaginar que no ha acabado.

Lasgo - Something

*Tal como se decifró de cierta serie de ideogramas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

El hastío que transmutó en narcosis.



"Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa surgió ese fantasma, y, ¡en verdad!, ¡no vino a mí desde el más allá!"



-Nietzsche, Así habló Zaratustra-



—Entonces, ¿Cuándo vas a venir? —fue la pregunta en tono de patética suplica que formuló él, mientras que, dentro de su infeliz corteza de débil barro, esperaba con silente llama cobriza la respuesta correcta de su interlocutora.

En ese momento ella titubeó. En un instante -de esos que se develan hasta pasada la efervescencia- hizo el conocido proceso de toma de decisiones que cada quien tiene que hacer docenas de veces en el día; desde el importantísimo acto de escoger abrir los parpados(o no) a determinada hora de la mañana, en lugar de permanecer inmóvil y plácido en el lecho de su descanso; hasta el insignificante e irrelevante acto de elegir "esta" dramatización moral y desechar "aquella otra", o incluso prescindir de cualquiera. 

Esta decisión que estaba siendo empujada a tomar era tan trivial para ella, como de vital existencia para él.

—umm... —fue la onomatopeya que se escuchó -tal zumbido de antófilo- al otro lado de la bocina del teléfono que él sostenía con su mano izquierda.

—Ya no voy a ir nunca más. —Dijo ella al final, con resolución cuestionable.

Él emitió un suave gemido de admiración que no delataba aún su entera decepción. 

Al fin y al cabo, no era un completo misterio el por qué ella había elegido ese camino invisible que llevó, de la información recibida, a la información transmitida; él nunca fue propietario de ninguna decisión ajena a él, por lo cual, en el fondo, no le molestó más de lo que racionalmente se espera que moleste.

—¿por qué? —replicó él con aire de leve reproche.

Ella tenía pensado un breve discurso ambiguo que tal vez amortizara la subyacente verdad que todavía no terminaba de decidir si se guardaría para sí o no; estaba a punto de iniciar, le faltaba un poco de oxígeno en su valentía, palabras en sus pulmones y voluntad en su navaja.

—No quisiera hablar de eso —Respondió después de su sucinta deliberación. Ella misma acababa de ser víctima de esas acciones inconscientes que manan de algún lugar intangible de la inexorable mala conciencia. Por otro lado, ella no comprendía porque no había hablado; por qué no había siquiera desenvainado la cortante introducción del preciso sable que cercena deseos; ¿qué la detuvo?, ¿acaso estaba perdiendo el control de ella misma? se maldijo por ganar tiempo, tiempo que ya no necesitaba pues el que se precisaba en su momento hacía mucho se había perdido, rematado en las subastas de artículos de segunda del almacén del olvido.

Por su parte, él sabía demasiado bien que cuando se despoja a una conversación solemne de su revestimiento de ambición exaltada y fantasía psicótica, se está seccionando -de forma abrupta- el destino que se esbozaba en el lienzo del mañana anhelado. Es así como, en una fugaz visión pintoresca, se le desplegó una escena descolorida en su mente, en la cual, se desgarraba con tal violencia, del barato cáñamo, un considerable jirón en el cual se había dibujado -con delicada precisión- una brillante luciérnaga de julio; la violencia aplicada a dicho acto fue tal que quebró el bastidor; astillas se incrustan en el lienzo inacabado y el cuadro queda desfigurado: lo que una vez fue un esbozo claro y vistoso de la felicidad artificial, ahora es solo un marco inválido con una superficie raída y antiestética.

Él está a punto de trasladarse de la fingida indiferencia a la conocida perplejidad incómoda que tanto desprecia. —¿estás segura?—. —Preguntó, como no dando validez a lo que escuchaba y a su vez, ganando tres segundos para pensar cómo justificar el equívoco de esa decisión que deseaba atacar.

—Sí —Fue la respuesta seca.

Él esperaba una réplica digamos... más esmerada. Al no obtenerla, buscaba en la afirmación monosílaba algún vestigio de alguna bien elaborada reticencia. Pero el "sí" no arrojaba más luz de la que quemaba su rostro con arrogante determinación. Estaba mudo, temblaba, se desmoronaba su castillo de sílice. Su boca no atrevía abrirse para gesticular algún sonido audible. 

El malestar del hastío se asomaba por primera vez, detrás de una diminuta cortada que claramente había sido infligida por el filo de la afirmación escuchada. Sin embargo, él todavía no lo notaba en plenitud, pensaba que era un espasmo muscular cerca del ventrículo izquierdo, así que lo ignoró por el momento. Él, como cualquier otro artilugio de tendones y emociones, es un veleidoso espécimen que recién en este instante, ha comenzado otro sutil ciclo contra su voluntad.

—Pero… —fue la palabra que se deslizó de sus labios, expulsada con ácido aire de los pulmones-

Ella sabía que venía una innecesaria apología que la aburría aún antes de que se iniciara. 

—está bien así —ella cortó la idea que apenas se fraguaba en el calizo sentido común de él. 

—no te preocupés, no pasa nada —ella volvió a mentir sin entender de nuevo por qué lo hacía.

Y él creyó, él le creyó y bebió de su ayahuasca de nuevo.



sábado, 8 de febrero de 2014

Errata Mental IV

"Me pregunto si a veces no desea verse libre de ese dolor monótono, de ese masculleo que vuelve no bien deja de cantar; me pregunto si no desea sufrir un buen golpe, hundirse en la desesperación. Pero de todos modos, sería imposible: está atada"
Sartre - La Nausea


   A ciento veinte minutos menos de aquel momento en el cual embragabas con pericia, presionando con tu pequeño y delicado sesamoideo el pedal, justo cuando la sombra de nuestro huso horario era más espesa que la de nuestro héroe (sic); él cavilaba, tal vez, una triunfal aparición como nunca antes la hizo, una impresionante manifestación que te hiciera desbordar de gozo y emoción, un disparo de perdigones de suerte apuntando a la diminuta, confusa y casi adivinada diana de tu núcleo palpitante.
Su fervor en los detalles siempre fue el punto fuerte que opacó mi bronce, ya de por sí borroso, de buenas intenciones que nunca logró rebosar en plenitud porque nunca supo, porque nunca tuvo, porque nunca había abrazado como lo hizo en esta ocasión, la inefable inmensidad de tu diminuta silueta.
El plan había sido elucubrado, fijado e impermeabilizado por ambos desde hacía mucho tiempo, quizás desde siempre. Durante todo este sinuoso paseo hacia el futuro del pasado pausado, fui el que supo y decidió menos, fui el que únicamente se remitía a ver con esperanza trémula y de soslayo las constantes señales que -a veces inequívocas, a veces inciertas- brindabas sin perdón futuro en cada uno de los escenarios que creamos de improvisto a lo largo de este corto paseo.
La apacible luz de luna resplandecía y llenaba el espacio intocable que se abría ante el coche platino, mientras que nuestro artesano de metales de segundo grado proseguía su inquisidora tarea virtual a la distancia; él debía aún experimentar una última espera implacable de lúgubre silencio seco, la cual no fue lo suficiente hiriente como en realidad debió serlo, ya que no existía aún aprensión pétrea rojiza dentro de su ser, o al menos él la negaba. El teatro del último trimestre era una constante lucha que él perdía por carecer de presencia sólida y que, curiosamente, a la vez ganaba sin esforzarse mucho porque... porque quizás Brahma así lo quiso cuando creó en un sueño a todo este circo de marionetas de músculos y voluntades; por otro lado yo perdía sin saberlo ni desearlo, perdía entregando ofrendas votivas a los pies de la imagen de cera y barniz acrílico, entregando dádivas insignificantes con casi nulo valor en sí, cuyo importe fue en todo sentido ínfimo e incomparable al motivo y deseo imbíbito en cada evento material que emanaba de mis más íntimos deseos de que permanecieras a mi lado. Oh, ominoso y perenne afán de desear aquel etéreo Yanna terrenal contigo.


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   Sentado en el cómodo y acolchado asiento forrado con suave poliéster, pensaba -en un instante- en el próximo acontecimiento que paulatinamente se descubriría a sí mismo, al pensar lo acompañaba la ya conocida ansiedad de que se revelara todo, pero no en un segundo, sino de forma gradual, como fresca brisa que anuncia un monzón.
Creo que salimos por el sendero que cruza pestilencias de antaño y que corta entre proveedores de alcaloides inhibidores o tal vez por el otro que atraviesa tres cadáveres de oscuro aceite de roca; no lo recuerdo bien, no importa mucho, en todo caso el trecho no fue extenso, la memoria solo perpetuó tu presencia contigua a la mía, la cual lo era todo y ahora es menos que nada. Las voces que intercambiábamos flotaban en el justo espacio que cubría el acero de tu carruaje, flotaban transportando triviales cumplidos que se desvanecían al haber penetrado el oído y el entendimiento distraídos. El amplio manto sin luz que cobijaba este cuarto estadio perteneciente al despido de sueños claudicados fue el más frío, el más endeble, el más desapercibido. -la razón de la comba trazada entre tu mentón y tu perceptor de aromas era tan indescifrable como la razón que te había llevado hasta ese preciso momento-.

Una mínima llovizna humedecía la capa rígida que eleva, unos centímetros por encima del nivel de la corteza terrestre, a esta civilizada comunidad de primates racionales; fue un limpio aparcamiento en posición de salida, con casi una víctima femenina imprudente de por medio; yo salí primero, luego tú: tu pie izquierdo pisó el suelo, tu atractiva cadera giró noventa grados hacia la izquierda y luego tu pie derecho le hizo compañía al otro en el sólido piso; emergiste con gracia, en la mano izquierda las llaves y el pequeño dispositivo que a distancia mandó una invisible señal que provocó ese particular sonido de ganso electrónico graznando, le tenías poco o nada de aprecio a este sonido, nunca supe ni indagué por qué lo mantenías. Nos dirigimos, entre escasas almas parlantes, hacia la entrada de este sitio donde los abarrotes se apilan con oscura y meticulosa intención; entre comestibles y desechables la gente atiborra estos lugares día con día, buscando con la vista; palpando y oliendo; comparando y lamentando; apresurados o serenos, encontrando objetos de necesidades inmediatas o de simple trivialidad -lo segundo era nuestro caso-. Te indiqué el lugar donde exhiben los zumos de frutas artificiales envasados en PET o en aluminio, no recuerdo cuál fue la elección, en todo caso cuatro de pera fueron los escogidos, era la única razón de nuestra visita al mencionado lugar; ya en la fila destinada a perfeccionar la compraventa, te detuviste a apreciar los diversos polímeros masticables, de entre los cuales elegiste el saborizado con xilitol y uno más con un fluído en su núcleo, este último fue una tajante remembranza de los días de recreo entre las mediocres clases seculares de fin de primaria y de decenio, cuando el motivo de mi asistencia eras tú -no el conocimiento banal útil o inútil, ni siquiera el deseo circunstancial de congraciarse con los cuidadores de nuestra inocencia- sino tú, la misma que después de cinco lustros, está justo aquí, de pie a mi lado, la misma efigie de lo sublime y que ahora es solo el espectro de lo ajeno. Pero hubo un artículo más que atrapó el interés de ambos -ya que en todo este teatro previo al desenlace inminente que habíamos consentido sin exteriorizarlo, estaba claramente establecido cuál sería el siguiente sitio y acontecimiento no acaecido pero ya acariciado-, este artículo fue un paquete de quince bengalas cuya combustión no expele luz sino extraña calma védica, el cual trajo otros estímulos de memoria que nada tienen que ver con el presente acto, pero que curiosamente se colaron a través del tamiz de la relevancia coyuntural, el cual no siempre es consecuente con lo existencialmente importante en el momento, es decir: ; de entre las tres opciones escogí el proveniente del árbol santaláceo y tú asentiste con una sonrisa que emanaba recuerdos de aroma mucho más reconfortante que el de las bengalas que ahora sostenía en mi mano. Estela, la cajera, escaneó con sereno profesionalismo pueril las cantidades codificadas, asignadas en blancas etiquetas con líneas negras de distinto grosor milimétrico, que con experiencia encontraba en aleatorios lugares de los artículos con un ligero movimiento. El total fue $5.35, el dominio se trasladó en unos segundos, utilizando el retrato impreso de Alexander Hamilton -otra de las tantas actividades trilladas de esta sociedad mercantilista- el ticket proporcionado marcó la fecha y la hora: 4/12/13, 07:44:04 p.m., lo tomé sin inspeccionar absolutamente nada más aparte de la cifra que acababa de cancelar o quizás ni siquiera eso, lo introduje en uno de mis bolsillos y tomé la bolsa de polietileno que contenía los productos que acabábamos de adquirir. La salida al exterior tuvo ese efecto reconfortante de viernes por la noche, donde la luna era cubierta por los edificios, por los árboles, por los letreros de diez metros o cualquier otro objeto inerte que bloquea la vista y su perspectiva inclinada. no había brisa, solo la eterna humedad de este país tropical y la relativa calma que el oscuro inicio de la noche presiona en tu consciente; tu cándido andar invitaba a tomarte la mano, pero era un paseo demasiado corto, y ya iba a haber tiempo para expresiones más cálidas dentro de unos minutos; mientras tanto adivinaba tu cuerpo al otro lado del automóvil: escuchaba cómo introducías la llave y halabas con firmeza y calma la puerta del piloto, te colocabas en tu asiento forrado de suave material sintético y alargabas el brazo para accionar la palanca que liberaba el seguro que sujetaba la puerta del copiloto. Yo tomaba mi puesto y dejaba que el silencio se rompiera con la ignición del motor, me acerqué a tu presencia y demostré mi devoción por ti de la forma más conocida. 

Todo se desarrollaba con detallada precisión, como no había sido planeado, como nunca pensaste que ibas a perder el control, como siempre lo condenó y temió nuestro orfebre, el cual, a la distancia, estaba a punto de emerger y romper el trance que fue tejido con representaciones oníricas, atenciones intercambiables en cifras, sonidos gesticulados con íntimos deseos, recuerdos y caricias retenidas por largo y tedioso tiempo que se perdió en el estanque de la desidia y la derrota. Pero más cerca de ti, en ese momento, estaba yo, el motivo de confusión y calma, un objeto multivalente que era necesario deponer antes que el futuro que habías tejido con anterioridad no soportara más remiendos de sencilla y barata madeja, y yo sonreía sin saberlo. El coche se movió y ahora pasábamos a la escena final de este día: "por el túnel es más expedito" -señalé- y tú volviste a embragar y cambiabas a tercera, quinientos metros nos dividían del pórtico mágico y ambos irradiábamos impaciencia.


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Era difícil o casi imposible, para nuestro hidalgo de felices cuentos, pensar en otro sentido que no fuera el que claramente veía. Era tan difícil aceptar que todo este tiempo atrás fue solo una triste y pobre escenificación de alguna realidad alterna. Ahora que trata de ver a través del caleidoscopio de la retrospección, no encuentra forma de armar este rompecabezas de tres piezas, a veces son seis, otras doce y otras veinticuatro, como las horas del día. Oh, la realidad es un bufón profesional que gusta burlarse de nuestros más solemnes sueños. De repente ha perdido señal y enlace con nuestra bella constelación de recuerdos y alegrías. Por alguna razón ella ha dejado de contestar sus indagaciones digitadas en transparente cristal de colores y símbolos transmitidos en el tiempo y el espacio, a través de fibra óptica e imaginación. 
-Puede que esté dormida. Piensa él-.
-Puede que esté comiendo. Reestructura la idea-.
-Puede que simplemente no esté de humor. Concluye, ignorando la clara escena por la cual atraviesa-.
Opta entonces por recordar lo bueno que fue, en otra dimensión, en otro mundo o en otro tiempo tal vez, donde lo único que importaba era la burbuja de seguridad y simpatía exclusiva que repelía cuanta alimaña atraía la alacena; el botín siempre fue exorbitante, él lo sabía. 
Nada que hacer por el momento; decidió descansar, mientras esperaba la llamada de Morfeo o cualquier otro hijo de Hipnos.
Lo único que deseaba era pasar estas últimas horas sin el persistente deseo de adivinar que ocurría al otro lado del velo casi rasgado de su ignorancia.
-Solo unas horas más, solo unas horas más. Se repetía constantemente-. 
Eran las 5:44:44 p.m. en su reloj y todo mantenía la apariencia común: roto y gastado; la gente yendo y viniendo debía causarle alguna sensación de alivio a su percepción de vacío y soledad, pero nada de lo que veía era ella, el vasto espacio que lo tragaba no era el objetivo de su vida, nadie era el motivo de su muerte sino ella. Todo y todos a su alrededor eran solo típicas representaciones de la tierra, lo que todos y nadie ve a través de los globos oculares; son todos maniquís antropomorfos con historias propias y sin importancia; son todas sombras de árboles que no producen oxígeno que él pueda respirar; ninguno ni nada era ella, ella estaba con aquél intruso -aunque nuestro orfebre lo soslayara- esa era la tangible sustantividad, y él sonrió con ironía mientras ignoraba una bella silueta femenina que pasaba ante él. 
-¡Vete de aquí indigna idea que traspasa idilios nacidos de infinita sinfonía!. Exclamaba en sus adentros-. -¡Vete de aquí, oh, bestia jadeante que transpira sulfuro!. Esta vez su expresión fue casi audible y se llevó sus palmas a su rostro, casi sollozando lamentos que ella no escuchó-.





lunes, 6 de enero de 2014

A waste of space by Dayshell


"A Waste Of Space" by Dayshell

Today the prescence’s over, awake the dead for closure
Believing in true, I love you

A waste of space is cliché

The thought of endless betraying me like a fool
So who needs you?


Lay me down, on the sea

You’re the crook side of criminal that hardly can breathe
And I know, you’ve done this before


Tonight my love is unsafe

I’m left with doubts and mistakes
Collapsing into the bottle of you
If I could rewind and go back, I’d destroy the place that we first met at
And I just might


Lay me down, on the sea

You’re the crook side of criminal that hardly can breathe
And I know, you’ve done this before


You took the best of me - the best of me


Lay me down, on the sea

You’re the crook side of criminal that hardly can breathe
Don’t you see me now, I’m on my knees
You say I’m invincible, but they’ve all seen my bleed
And I know, you’ve done this before