sábado, 28 de diciembre de 2013

De Salarrué, la cena para llevar, el fragmento de pintura de carrocería incrustado en la valla y las alas de mantis religiosa.


Joe


¿Dónde había de conservar yo el mío? Nadie se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre.
La Náusea - Sartre


Érase una vez, cuando las invitaciones eran monocromáticas y la amnistía beneficiaba casi al instante sin excepciones, que sucedió el siguiente acontecimiento:

  El tiempo se detenía cansado en la hora diecisiete, para luego seguir avanzando en su infinito recorrido vicioso por caminos de cardos y espinas. Un adiós -ligero como partículas de polvo- hacia los demás, hacia los óleos de escenas cotidianas y una parábola, con su vértice al sur, trazada en el rostro, para ti. 
Esta iba a ser una noche singular -como cada una de aquellas que aún no se han desvanecido, sino que siguen acá, azules, negras o grises como el grafito, en las que sin que lo supieras ni quisieras, heriste de forma limpia con tu kris de once crestas, desde el punto más externo de la epidermis hasta el tuétano de la pusilánime voluntad, infligiéndole una cortada profunda que eliminaba fibroblastos a su suave y gentil paso a través de los tejidos, nada que hacer para evitarlo y el daño persiste-.

  Como en otras ocasiones de luz, tu intrigante traslado sobre pétreo sendero negro -desde el edificio de piedra y cables hacia el edificio de cristales y más cables- se convertía en una huida tersa como plumaje de ave; ascendí un peldaño como guiado por tu mirada, deslizándome en invisible hilo que me indicaba el lado del copiloto, un saludo rosado o amarillo -no lo recuerdo, la estática me lo impide-, seguido de lo cual me senté y la marcha prosiguió; observaba, sin fijarme en los detalles, el conocido camino a través del parabrisas, así como el tablero oscuro entre mi humanidad y el vidrio en desenfoque, y tu bella silueta adivinada justo a mi izquierda. Una breve taquicardia denotaba la sonrisa interna que temía emanar libre y amplia, significando todo lo que no dije en esa ocasión, lo que imaginé y borré en el momento, nada de importancia sustancial, sin embargo hubiese sido uno de tantos testimonios muertos que pude haber resucitado en aquel día de tu juicio intransigente, no importa ya.

  El viaje fue breve, el primer destino fue el mismo al del tercer ópalo, el mismo que presenció las horas previas al traspaso del parapeto final, en ese día de lluvia tímida, cuando vestiste de blanco hasta las muñecas y tu pasado se entrelazó con dos cuerdas de distinta fibra.
En esta ocasión no había suficiente suelo libre para acomodar tu plateado carruaje, de tal modo que una inmediata maniobra lo dejó al cobijo del estático ornamento natural; nos dirigimos al fondo de la estancia de canela y solicitamos en azafate un conjunto de tejidos musculares sometidos por un tiempo prudencial a abrazador calor con el fin de hacer comestible una vida cercenada por el rudimentario bisturí de la costumbre culinaria adoptada. Los intercambios de símbolos audibles fueron tan comunes que, en ese segundo, nada ponía al descubierto el más leve indicio de una fisura mayor a las sufridas hasta ese momento, y yo me dejaba llevar por el dulce flujo de los acontecimientos, dando por sentada mi propiedad sobre lo que, quizás, en ningún momento poseí; debí disfrutar en detalle cada instante, debí hacer y decir algo más inteligente -l'esprit de l'escalier-; me produce un efecto fastidioso el disculparme por no haber sido la sustancia que ya era en ese momento.
Impertinentemente, a media degustación de los restos cocidos de una vida, me solicitaban información de nuestra llegada al siguiente evento, lo cual te exasperó, respondí de forma somera y continué con la apreciación de tu sonrisa mientras comías. Al final del ritual nocturno de la alimentación, sobraron porciones cobrizas que amablemente se colocaron en el pequeño cofre de poliestireno expandido. Recuerdo que dicho cofre permaneció posiblemente un día entero dentro del aposento móvil, no recuerdo el destino final de él.

  El escape de este lugar fue otro de esos eventos tan intrascendentes para un tercero pero tan alegórico para el personaje principal, para el que lo presenció con ojos de retención onírica. Siempre disfruté apreciar tu bella coordinación al conducir, había cierto placer en mi sentimiento de impotencia y en la sobrevaloración de tus destrezas que no poseo, un sentir conocido y peculiar; Me situé a un lado del automotor, esperando que lo colocaras en el sitio indicado, -el hombre del artilugio que separa espíritus de cuerpos observaba sin ayudar mucho- intentabas una táctica evasiva de giro que involucraba el estrecho corredor frente al instituto de las barras y estrellas, esta vez tu infalible percepción espacial se vio opacada, un ruido seco se escuchó proveniente del flanco izquierdo, un leve golpe y una herida en el duro metal había arrancado diminutas porciones de plateada piel que reviste tu carruaje, quedando incrustado un pequeño fragmento en una de las caras de alguno de los delgados barrotes que protegen nada y solo estrechan el sendero a través del cual quisiste moverte(1). Una subsecuente explosión de furia y descontento con tus propias habilidades le siguió a ese pequeño percance, nada que una bebida carbonatada y nicotina no puedan calmar, sin embargo la nicotina iba esperar un poco más. Nos retiramos dándole la espalda a la chimenea natural, minutos después te encontrabas acomodando el carruaje en la caverna, yo me adelanté para entregar los derechos de entrada, mientra tú te dirigías hacia la inmensa alacena a permutar por papel moneda los productos mencionados anteriormente. Breve tiempo después nos reunimos de nuevo, el rojo cilindro de lata -que sostenía con liviana fuerza tu mano- llama mi atención, no es nada nuevo, ni nada extraño, es solo una de las tantas apreciaciones de tus conductas insustanciales, sigo deliberadamente celestializando cada una de tus acciones, no lo puedo controlar. Es casi hora de entrar al salón de las butacas vacías y me pregunto qué sucederá.

   La experiencia era nueva, no logro hacer coincidir esta situación con otra vivida, la ruta de años recorrida hasta este momento ha sido tan pobre en acontecimientos tan comunes como este. Te encuentras ahora a mi lado, al alcance de mi brazo derecho que ahora rodea tus hombros, un sentimiento de seguridad franca rodea a la vez nuestros seres, o al menos el mío; no hay evento ni fuerza que desvincule el lazo espectral que une nuestras esencias en ese momento, la oscura estancia hace propicio el pensar sobre ello. Los interpretes aparecen uno a uno, fue entonces que tu palma derecha cubrió mis pupilas por un momento, un candoroso gesto que me hizo sonreír de forma sincera. 
La presentación fue impecable, el uso estrambótico de las palabras se me hacía tan conocido y a la vez tan difícil de seguir, me sentí confundido por instantes, hubieron momentos en que no pude llevar el hilo de la historia, sin embargo el sentido era claro, trataba de interpretar más rápido de lo que escuchaba, mientras -en mis adentros- suplicaba que no te durmieras, que encontraras el aspecto entretenido oculto de la escena o al menos que siguieras simulando una atención solemne como muy bien lo estabas logrando. Besaba el dorso de tu mano o tu hombro de vez en vez y la oscuridad de la sala seguía reconfortándome. Los tres cuentos pasaron en cuarenta y cinco minutos más o menos; no hay mucho que describir de esta escena, al menos no encuentro las palabras adecuadas para hacerlo, basta decir que fue uno de esos eventos que llenan satisfactoriamente una expectativa parcialmente desconocida.
Al final se dio el pequeño desorden propio de las salidas de una estancia como esta, la huida de ambos fue desapercibida por el conjunto de extraños que llenaban el lobby, cuadros y obras alusivas adornaban el lugar. Nos apresuramos a salir; optamos por entrar a la bóveda que descendía a la caverna. recuerdo dos mujeres y un hombre hablando, un fragmento de su conversación banal quedó retenida sin ningún sentido en mi memoria, no vale la pena mencionarlo. El enfado surgió de nuevo cuando contemplaste otra vez el impacto en el extremo del conductor, no podía cambiar tu sentir; dentro de tu carruaje permanecía cierto aroma proveniente del pequeño cofre blanco que posaba en el asiento de atrás, lo tratamos de ignorar. Ya acomodados en la parte frontal, introdujiste la pieza dentada de aluminio en la ranura al lado del volante, el motor de arranque se acciona y el cigüeñal inicia su giro. Mientras eso sucede sigo acariciando tu presencia. Aún no termina la velada, falta el tercer evento.

   El día está expirando, la oscuridad ha cubierto este huso horario desde hace ya casi tres horas, las calles han regurgitado y vuelto a tragar carne y metal. El humo se ha solidificado y caído, confundiéndose con el negro asfalto; hay una especie de reverencia forzada en algunos tramos de la calle que divide nuestra ubicación de mi aposento -donde planeabas entregarme en ese momento-, comentábamos lo ocurrido hacía unos minutos, había solaz y calma en nuestras voces, algunos roces de tersa voz pausaban la plática durante el conocido recorrido, mientras tanto, dentro de tu conciencia, un emergente deseo proveniente del segundo círculo dantesco cobraba vida y yo aun no lo percibía. Los semáforos colgando a cinco metros y medio del suelo parecen máquinas ejecutadas y expuestas al público con luces navideñas, dando un mensaje que aún no puedo inventar, vemos que la luz de sangre se ha activado en ese momento y suavemente presionas con tu talón el embrague y el freno a la vez, acto seguido, con tu mano derecha levantas con fuerza la palanca del freno de mano, el auto se detiene con firmeza, la energía cinética de nuestros cuerpos encuentra un tope en la cinta de nylon que cruza nuestros pechos, nuestras espaldas son empujadas levemente hacia el suave respaldo de los asientos y vuelvo mi mirada hacia tu rostro, no puedo evitar la sonrisa de satisfacción al ver tu belleza y tu optas por ignorarla unos segundos. Pienso que el tiempo que hemos acumulado tras una luz roja puede ser igual de improductivo al tiempo dominical, no lo sé, es difícil determinarlo. "Verde", el sucinto viaje continúa.
Al fin nos encontramos a la entrada del sendero que me conduciría de nuevo al punto inicial de ese día, pero antes de llegar allí hubo una vuelta al final de otro sendero que conducía a este en cuestión para colocarte en posición de salida. Las despedidas son siempre vacilantes, frente a frente parece como si el tiempo no hubiese pasado, es como en aquellos días cuando nos dirigíamos miradas -con las páginas que guardaban letras que nadie recuerda, en nuestras espaldas, colgando de tejidos sintéticos teñidos y bordados-. El desenlace de las miradas eran húmedas expresiones de cariño, como sílabas que acarician sílabas, una palabra de eterna imagen retenida en el monitor virtual del alma, así comenzó la oración y subsiguiente párrafo que acabó un par de horas después. La emoción incandescente fue encendida y no existía intención de sofocarla; la gasolina fue inyectada de nuevo hacia la cámara que la hacía explotar y los pistones trabajaban de nuevo para mover las siluetas que determinaban en ese instante el dulce espectáculo del cual serían partícipes activos a continuación.

   Escaseaban, en ese estuche que contiene identidades y maldad del inframundo, algunas alas de mantis religiosa, no se había previsto que, a medio claro de luna, sucumbiese el reflejo de la razón ante la traslúcida figura de nuestras humanidades básicas. El contorno de tu silueta formaba el espacio que ahora se movía retrocediendo kilometraje recién gastado. Había un nido de mantodeos no muy lejos de donde iniciamos a desandar, estaba a punto de adelantarme pero observé algunas presencias que me hicieron dimitir del cargo autoimpuesto de recolector de apéndices verdes. En nuestro descomedido frenesí ctónico decidimos incursionar uno o dos kilometros hacia el este, en los terrenos del santo ilustre en la batalla, donde ya sin temores ni presencias adversas, obtuve, mediante el muy conocido algoritmo, las alas requeridas para permanecer en el cómodo paralelogramo, donde las dos expresiones algebraicas solucionaban de forma perfecta sus incógnitas. Las variables que se desvelaron al paso del tiempo, que invertimos, proyectando luz en el negro domo imaginario, que coronaba nuestro cielo privado, tomaban valores delicados carmesí. No había razón para detener lo que estaba ocurriendo, nunca lo quisimos detener, siempre cedimos con agrado.
Los versos convertidos en dos hologramas entrelazados, y articulados, seguían la trillada pero emotiva secuencia de fonemas al final de cada línea, el ritmo era conocido y la lectura deleitaba cada sentido, no existía mejor representación de haber alcanzado sincronicidad en ese preciso momento, momento en el cual experimenté el azar objetivo que se descubría a sí mismo como imagen surrealista de un sueño finito que jamás debió acabar.


(1) Debo reconocer que días después de la infame aparición -cuando regresaba del lugar de los cristales y cables hacia mi estancia- con sincera glorificación hacia el recuerdo, tomé con nostalgia el fragmento que estaba todavía allí, como testigo de que esa memoria no había muerto, no hasta que la quisiera aniquilar, sin embargo, yo preferí llevármela y colocarla en la imagen que adorna el presente epígrafe y así pervivirla.


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