Joe
La salida del orfebre fue sorpresiva, al menos es lo que deseo pensar, ni el tiempo ni el lugar estaban definidos; subió a la bóveda que levitaba a quince mil metros sobre el árido terreno que corría en reversa a través de los cristales a su izquierda, donde veía pasar la distancia que lo separaba de su ansiado premio otorgado a la excelencia ridícula. Era momento de ponderar los desatinos de la vida versus los logros imaginarios, los cuales, le causaban cierto confort en su penosa carrera tan mediocre casi tan semejante a la de la otra sustancia en contienda(sic), en fin... El ritmo cardíaco aumentaba con cada memoria elegida, una clara sensación de dos manos enganchadas alrededor del cuello provocaban un ahogo que no era, en ningún sentido, mental, sino tan real como el ambiente que lo rodeaba. Aún faltaba tiempo que aniquilar antes de posar de nuevo la vista sobre el ángel del noventa y siete.
"Comprendí entonces todo lo que nos separaba: lo que yo podía pensar de él no lo alcanzaba, era exactamente psicología como la de las novelas. Pero su juicio me traspasaba como una espada y ponía en duda hasta mi derecho a existir. Y era verdad, siempre lo había sabido: yo no tenía derecho a existir. Había aparecido por casualidad, existía como una piedra, como una planta, como un microbio. Mi vida crecía a la buena de Dios, y en todas direcciones. A veces me enviaba vagas señales; otras veces sólo sentía un zumbido sin consecuencias."
La Náusea - Sartre
La salida del orfebre fue sorpresiva, al menos es lo que deseo pensar, ni el tiempo ni el lugar estaban definidos; subió a la bóveda que levitaba a quince mil metros sobre el árido terreno que corría en reversa a través de los cristales a su izquierda, donde veía pasar la distancia que lo separaba de su ansiado premio otorgado a la excelencia ridícula. Era momento de ponderar los desatinos de la vida versus los logros imaginarios, los cuales, le causaban cierto confort en su penosa carrera tan mediocre casi tan semejante a la de la otra sustancia en contienda(sic), en fin... El ritmo cardíaco aumentaba con cada memoria elegida, una clara sensación de dos manos enganchadas alrededor del cuello provocaban un ahogo que no era, en ningún sentido, mental, sino tan real como el ambiente que lo rodeaba. Aún faltaba tiempo que aniquilar antes de posar de nuevo la vista sobre el ángel del noventa y siete.
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Los minutos pasaban con serenidad en el patio trasero de la madera dulce metálica, era imposible retirar la vista de tu rostro, tus iris pardos reflejaban ese brillo tan reconfortante que mezclaba caprichos con confusiones y los embellecían aún más el reflejo de la combustión de la parafina en el oxígeno. El ritual de la alimentación a la sombra de la sombras es siempre un grato momento para arrullar con suaves cumplidos y sutiles suplicas tu férrea voluntad, mientras que verdes hojas adornadas con rojas rebanadas y carídeos hacían, en solemne armonía, su camino a través de tu frágil esófago que era seguidamente irrigado por líquido ámbar proveniente del fermentado cereal que fue vertido con gentileza en la pequeña urna de cristal arropada con blanco paño. Justo a tu lado, mientras esto ocurría, mi vista repasaba cada rasgo conocido de tu divina presencia, como acariciando con telequinesis tu cuello desnudo, me encontraba en el mismo trance inducido desde hacía ya tres lustros, y aún se siente tan bien.
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Nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurrió mientras el sujeto B viajaba, nos quedaremos con la imbatible afirmación de que solamente avanzaba. Los hechos que se desvelan segundo a segundo son tan desconocidos como repasados, copias exactas de fragmentos olvidados en el recuerdo de la venerada sociedad autómata en la que nos desenvolvemos; en efecto, desde que la molesta melodía rompe el silencio de la madrugada -obligándonos a abrir los párpados ante la oscura mañana que trae favores y desilusiones- nos hallamos inmersos en esta atmósfera viciosa, carente de aprecio por lo que nadie busca. La vida ilumina y oscurece los invisibles senderos del los paseantes, quienes dan por sentado que el mañana es de los fieles y borregos. Tan irreconciliable es imaginar que el mismo satélite que hacía descender con pálida luz su calma sobre nosotros también hacía descender su solaz artificial sobre el hojalatero, en todo caso, la estética y la buena elección nunca han sido objetivos, lo cual no priva en ninguna manera el apelativo que pueda asignarle a aquel en este preciso momento: un evidente kitsch de elección. En fin...
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Aún guardaba ciertos recelos hacía cómo debía dirigirme hacia ella en esta ocasión; la veía sentada con elegancia e imponencia en ese asiento de hierro forjado, la contemplaba con cariño sincero y al instante acudían a mi mente los símbolos -enviados esa tarde que desplegaba el inicio de la temporada más hipócrita de todos los años- cuyo desciframiento resultó en un inequívoco significado, se sucedía uno a otro, brillando en el cristal del dispositivo que suele mecerse impertérrito en mi bolsillo siniestro. Letras tocadas con lógica e intenso propósito que traduje en un liso y llano repudio a mi compañía, palabras que petrificaron mi osadía pero dejaron al descubierto mi sumisa voluntad de subyugarme a tu despótico encanto. Al fin y al cabo tus decisiones al respecto siempre cedieron y cayeron fragmentadas ante una constante plegaria sincera y conmovedora, tal cual ocurrió está, la última vez. Recobraba el sentido de la ubicación y percibía tu tersa mano acariciando mi rostro y en seguida tus rosáceos pétalos de colágeno humedeciendo los míos, junto a promesas en suspenso y una alegría inmediata. El ritual terminaba de forma peculiar: después de dos decenios, un lustro, cuatro años y algunos meses, me veo al otro lado del cristal fracturado, como desdoblado, atestiguando como mi cuerpo de corcho transgredía un, posiblemente el más significativo y trascendental, imperativo categórico que me separaba del submundo creado en mi encéfalo; 2 mililitros de pajiza pócima bávara en pos de la bella dama: "La cuenta por favor"
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