"...Nos lo llevábamos todo, y todo permanecía vivo: los sonidos, los olores, los matices del día, los mismos pensamientos que no nos habíamos dicho; no cesábamos de gozarlos y padecerlos en el presente. Ni un recuerdo; un amor implacable y tórrido, sin sombras, sin perspectiva, sin refugio."
La Náusea - Sartre
El pequeño rectángulo de Policloruro de vinilo atravesaba la incisión del dispositivo en una fracción de segundo, las ínfimas cifras migraban de un lugar imaginario a otro y el contrato finalizaba con un sangrado negro, viscoso y fino, que dibujaba el conocido emblema personal con su puño. Existía esa nueva sensación de utilidad exaltada y un deseo inocuo de congraciarse extinguiendo obligaciones de forma indiscriminada, pensaba que ese era el debido y necesario protocolo, como ofrendas mecidas ante el altar de la devoción a este ensueño tangible de diminuta silueta, y así me sentía seguro.
Justo antes de atravesar el umbral hacia el exterior, la memoria recuperaba una porción de las ideas expuestas momentos antes, se deliberó en un instante y me apresuré a solicitar un tributo adicional para la delegada que ha acompañado a la bella silueta por más de tres decenios, uno dulce y circular fue, con una emulada forma de su exterior rellena de nada justo en el centro y aún una porción triangular para ti. Hasta ese momento vislumbraba un sereno desenvolvimiento regenerativo de tejidos desgarrados; tu labio superior e inferior contractados mostrando ligeramente tu bella ristra de marfil que musitaba -al menos en mi mente- "todo va estar bien" y yo sonreía también.
***********
La decadencia incontroversible que ha producido la distancia entre sus risas y entre los tañidos de campanas columpiándose a 90 metros sobre el nivel del sólido alquitrán y su oído, es palmario y él lo sabe, sabe también que no habrá otra oportunidad para arrebatar las fracciones de lo que un día fue un entero, de lo que ya no es exacto, piensa, por otro lado que tal vez todo esto es solo un malentendido, una vergonzosa mala traducción de símbolos difusos que no llegaron como él claramente los recibió. Penosa situación oscurece su halo de latón cromado.
Aledaño a su cubil, a la vista de la mujer rígida de bronce, que milagrosamente auxilia a los que no pueden auxiliarse a ellos mismos(sic), pasean distinguibles e indistinguibles transeúntes que jamás vislumbrarán el grave dilema ante el cual se encuentra nuestro artesano de metales; con muy poca o nula frecuencia ven hacía lo alto y cuestionan el sentido del orden que los envuelve, un orden irracional que gusta ilusionar a lo incautos y presiona hasta el duro centro de los indiferentes.
Este regreso podría ser el mejor o el peor, aún no lo sabe, pero como todo idealista, eternizador de promesas narcóticas, se encuentra sufriendo alucinaciones. Mientras que al otro lado del velo de rayón estaban a punto de concretarse escenas que no imaginará ni en su peor sueño de zozobra, sin embargo no las puede tocar -ni siquiera atisbar- pues se elevan en un plano superior a aquel en el cual él se encuentra, fuera de su percepción sensorial, fuera de su inútil deseo de zurcir con aguja de lata la rota corola salmón que se extendió con débil miedo ante la perviviente oscilación de moléculas que la trajo, a ella, de vuelta al parnaso que nunca conoció y a él a alguno de los círculos de ese cono invertido de desolación y pesadumbre. Aún faltaba que girase de nuevo el reloj de arena, mi turno era el siguiente.
***********
De nuevo dentro de su estancia móvil plateada, dirigiéndonos hacia el Éste, me preguntaba qué debía decir, qué debía hacer; Las frases están desteñidas, no logro establecer como llegó la súbita petición y puesta en marcha de rodear con delicadeza y atrevimiento los suaves vestigios de una metamorfosis que nunca terminé de apreciar con mis vidrios esféricos, mis falanges besando el motivo del primer desacierto en aquel estacionamiento la noche previa a la hipócrita fiesta marcial azul y blanco, y tú lo disfrutabas.
Las luces blancas y amarillas que viajaban hacia el oeste atravesaron el parabrisas y rompieron en nuestras siluetas, reflejando esa vesania propia del prefacio a ese libro carmesí que tantas veces habíamos recitado a la luz de la luna, palabras dichas con denuedo ante la tenue irradiación que desde el techo llenaba la estancia con el brillo justo, con las imágenes imprescindibles y las estalactitas de juramentos fríos pero solemnes que se derretían a la mañana siguiente. Tu propuesta era devolverme al lugar del cual había salido hacía ya doce largas horas, pero existía cierto titubeo endeble que podía ser fácilmente fracturado; recordaste, muy convenientemente, el pedido de zumo de pera en tetra bik y la necesidad de retirar papel fiduciario del cofre de la ciudad, ante lo cual, inmediatamente ofrecí mi superflua y desesperada permanencia a tu lado por unas horas más, las cuales, serían las ultimas desde hace ya dieciseis luminares; la decisión no fue tan difícil como preví, sonreí con fruición en mi interior mientras que reposaba brevemente mi cabeza sobre tu hombro, agradeciendo el predecible desenlace que vislumbraba ante esta clara victoria sobre ese necio enlace que estaba muy lejos de ser extirpado -nada más irreal en ese momento-. Desfilamos frente a la embocadura del sendero que había presenciado mis idas y venidas por todo este ciclo inconcluso de avatares, no pudiste desecharme en ese momento, no todavía -y fue la mejor decisión-. Retomamos el camino por el cual acabábamos de deslizarnos desapercibidos en tu carroza metálica, ahora, rumbo norte, hacia una fugaz visita a ese lugar de abastecimiento, nada más trivial y sin embargo tu presencia lo celestializaba. Y yo aún era feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario